Angel Ferreira es uno de los muchos cacereños que han sufrido un accidente laboral. Marcado por ello, asegura que con lo único que se sentiría compensado es con medidas duras contra las empresas que no cuiden la seguridad de sus trabajadores, "pues si los empresarios destinaran más dinero a seguridad muchos accidentes se evitarían".

Aunque han pasado algo más de tres años, este joven de tan sólo 20 años revive su pesadilla casi a diario, "sufriendo las limitaciones de la mano dañada y observando las desagradables cicatrices que tendré de por vida".

Cuando tenía 16 años, Angel decidió dejar los estudios y ponerse a trabajar. Comenzó como operario industrial, con un contrato de aprendizaje, en una empresa cacereña. Después de casi un año le destinaron a una máquina de prensado, y el 24 de septiembre de 1999, con 17 años recién cumplidos, la seguridad de la máquina falló y su mano izquierda quedó destrozada. "Cuando llegue a urgencias --recuerda-- el médico me dijo que no había solución y que tenían que amputarme la mano".

La intervención del doctor Alejo Leal, de la Mutua Universal, fue providencial, pues consiguió que el mismo día un equipo médico le interviniera en la clínica Virgen del Rosario de Madrid y le salvara la mano. A base de injertos y dos intervenciones, Angel salvó la mano, pero perdió movilidad, "de hecho la Seguridad Social le dio la invalidez permanente parcial y una indemnización de 1,8 millones de pesetas", comenta su padre, Juan Antonio Ferreira.

Para éste lo que le había ocurrido a su hijo "era tan grave" que denunció. El resultado, una sanción a la empresa de 1,5 millones de pesetas por parte de la Inspección de Trabajo y 1 millón de indemnización al joven por sentencia judicial.