Cáceres me encanta. Aquí me casé, aquí tuve mis hijos, aquí vivo y trabajo desde hace veinticinco años, así que aunque no soy cacereña, como si lo fuera. Por ello pido venia para hablar sobre esta ciudad a la que siento mía. En estos cinco lustros en que he sido acogida y tratada mejor de lo que merezco, Cáceres ha crecido, se ha modernizado, ha mimado su bellísima ciudad monumental, presenta una razonable oferta hotelera y una saludable vida cultural; resulta a la vez tranquila, dinámica y pese a sus carencias --¿qué ciudad es perfecta?-- también acogedora y elegante aunque su comercio no sea la bomba. Tiene además un objetivo de cara al año 2016, que debería galvanizar a sus habitantes.

Como la curiosa impertinente que soy, me permito observar que quizás no ha contado con alcaldes carismáticos. No ha tenido su Tierno Galván, su Paco Vázquez, ni siquiera su Gallardón. Pero los alcaldes cacereños han sido y son buenas personas, cercanos al pueblo y honrados. Y todos trabajaron por el bien de la ciudad buscando lo mejor para ella. Mas desde hace algún tiempo la otrora llamada ciudad feliz sangra por diversas heridas. Una de ellas es ese paraje horrendo situado en la carretera de Malpartida según se entra a la capital a mano derecha, justo antes del hipermercado Carrefour. Estaba destinado a ser un centro de ocio, pero ahora mismo es un escaparate del horror, de la fealdad y de la desidia. Las polémicas y la falta de coordinación ayudan poco: sí hay Womad, no hay Womad, me quitan Extremúsica, encargo un festival alternativo, me gasto un pastón en publicidad pero no en equipo de sonido, la estación-donde-está, la-estación-donde-no-está...

Sin duda la herida más sangrante es la no aprobación del PGM. Da penita ver a la alcaldesa, trabajadora infatigable, mujer dialogante y tolerante donde las haya, según los que la conocen bien, paralizada por alguien con quien forma equipo. Que un solo concejal tenga este efecto es inquietante. Muy bien, al edil no le gustan los especuladores. A nadie le molan esos señores tan malos, pero yo --quizá por mi ignorancia-- no veo que todavía haya hecho una sola propuesta positiva. Lo que trasciende a la opinión pública es que los plenos son ollas exprés, que la oposición insulta y que hay un teniente de alcalde que se niega a todo. "Nos tiene sin cuidado" dice el munícipe. Ahora ha vuelto a dar un coscorrón a sus socios sin avisar, --¡y eso duele!--. Lo malo es que no afecta sólo al ayuntamiento. Es un forúnculo que nos ha salido a los cacereños en el trasero de la alcaldesa y digo yo: doña Carmen, ¿por qué lo mantiene en su equipo si él siempre vota no?