Creo que ya dicho en unas cuantas ocasiones (no siempre se puede ser original) que nada es eterno, y muchas construcciones que un día existieron las arruinó el tiempo inclemente y lo que tenía visos de perdurabilidad se fue agostando hasta ser reducido a la ruina. Nada, nada absolutamente queda de lo que en su día fue el Hospital del Salvador del Mundo, que se situó en la confluencia actual de las calles Gallegos y Hornos. Servía como hospital de peregrinos y su renta en 1791, según se desprende del Interrogatorio de la Real Audiencia, ascendía a 1146 reales, cifra irrisoria comparada, por ejemplo, con los 2.000 ducados anuales que recibía, en aquella fecha, el Hospital de la Piedad. Fue desamortizado, como el resto de hospitales y enfermerías, en el XIX, aunque después de su desamortización seguía en pie, como se puede ver en el plano de Coello de 1854. Nada queda de él, ni el recuerdo en la memoria, ni una placa por parte de esta ciudad que sigue desconociéndose a sí misma.

Más adelante, en la Plazuela de la Soledad, nos encontramos con la que --antiguamente-- se conocía como Ermita de Santa María de los Caballeros y que hoy es más conocida como Ermita de la Soledad. En su día estuvo completamente exenta, como puede observarse en el plano de Coello al que me referí, aunque, a lo largo del siglo XIX, se fueron adosando construcciones hasta que quedó con su actual aspecto. Su nombre se vincula al Hospital de los Caballeros y su antigüedad es bastante notable, pudiéndose remontar al siglo XIV, aunque fue sometida a posteriores reformas.

Al exterior presenta un aspecto sólido y compacto, realizado con mampuesto y sillares, tendente a la horizontalidad. tnicamente se abre un vano adintelado (en el que se instaló hace años una puerta metálica que desmerece la construcción), sobre el que se abre una hornacina en la que se sitúa un busto de la advocación principal. El interior es muy sobrio y robusto, presentando una única nave con tres tramos y presbiterio, que se organiza en forma de ábside poligonal. En el lado del Evangelio aparece un notable arcosolio polilobulado y, en el suelo, un interesante sepulcro con las armas de la Cofradía a la que pertenece.

La Real Cofradía de Santa María de los Caballeros, hoy Ilustre y Real Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y del Santo Entierro remonta sus orígenes a 1470 y era la hermandad a la que pertenecían nobles y clérigos. En 1582 fueron aprobados sus estatutos por el Obispo Pedro García de Galarza que la vinculó a esta ermita (dependiente de San Mateo) y le agregó otra antigua cofradía, la de Nuestra Señora de la Soledad del Monte Calvario. Es la única cofradía en Cáceres que posee templo propio y, además de éste, tiene en propiedad la Ermita del Calvario.

Delicioso altar barroco

En el presbiterio se instala el delicioso altar barroco que Luis González instaló en 1730, lleno de angelotes y de detalles pasionistas y que actualmente se encuentra en proceso de restauración en una empresa de manos expertas que lleva años cuidando de nuestro patrimonio artístico y estoy seguro de que cualquier ayuda que puedan dar será bienvenida. La historia es de todos y todos debemos colaborar, en la medida de nuestras posibilidades, con su conservación. Aprovechando que no está instalado el retablo es un momento excepcional para poder observar el ábside. Existe una capilla lateral adosada en el lado de la epístola, procedente de la reforma que en 1474 hizo Pedro Sánchez Lobato, el maestro que levantó el jesuítico Convento de San Francisco Javier. Frontera a ésta se levanta la sacristía, con un curiosísimo empedrado de huesos.

El retablo alberga en su hornacina la imagen de Santa María de la Soledad, imagen barroca de candelero, muy hermosa y conmovedora, cuyo manto rico fue adquirido por suscripción popular en 1985, aunque tardó un año en estrenarlo, puesto que aquel año la lluvia impidió su salida. A falta de uno, la cofradía posee tres imágenes de Cristo Yacente. La más antigua es una articulada con la que se realizaba la ceremonia del descendimiento hasta 1889, otra es la conocida como Cristo del Peral, muy hermosa, y la más moderna la donada en 1968 por la Caja de Ahorros. Junto a ellos el Cristo Resucitado, imagen de escayola que substituyó en 1930 al Resucitado de Tomás de la Huerta (autor del Nazareno), que se llevó a Malpartida y de allí acabó siendo enterrado en el Casar, junto a otras imágenes. Sobra todo tipo de comentario. La Virgen de la Alegría fue adquirida en ese mismo año y su manto se donó por suscripción popular en 1961.

Anoche la vida venció de nuevo a la muerte y hoy se encontrarán en la Plaza Jesús Resucitado con su Madre de la Alegría, alegría antigua de otros tiempos, alegría que pretende ser presente, alegría que, aun queriendo ser eterna, se resiste a serlo, pero lo será y las piedras sonreirán un día y el sonido del agua dejará de aturdir, y los mismos ojos verán todo de un modo muy distinto.