Fue la crónica de una muerte anunciada. El traslado del ejemplar de cedro del Himalaya que miraba, desde hacía cinco décadas, pasar la vida bajo sus ramas, se sabía que iba a acabar mal. Las obras del parking de Primo de Rivera motivaron su traslado al parque del Príncipe. El cepellón con la tierra que le alimentaba y que ayudaría a su adaptación en la nueva ubicación, no aguantó y el cedro se trasplantó sin apenas raíces. Este incidente, sumado al calor de pleno verano de aquellos días, auguraban un negro futuro para el cedro.

A pesar de los esfuerzos por mantenerle con vida, el árbol murió. Han pasado dos años y medio desde su traslado y veinte meses desde su muerte, pero el recuerdo de este árbol emblemático de la ciudad es alargado y se mantiene entre los cacereños. Para rendirle homenaje a él y a las personas que aquellos días se acercaban al cedro moribundo para dejar un mensaje en una piedra, el escultor Emilio González ha organizado la exposición El árbol del silencio, que mañana se inaugura en la biblioteca pública Rodríguez Moñino de Cáceres. El autor ha recreado el tronco del árbol con un tubo de cartón duro de ocho centrímetros de diámetro, donde ha insertado las piedras con las palabras sin dueño plasmadas en las piedras. Pero también las fotografías que personas anónimas y fotógrafos profesionales realizaron de este árbol, desde que lucía esplendoroso en la rotonda de Primo de Rivera, hasta su muerte, poco a poco, en el parque del Príncipe.