TPtropongo que hagamos una lista de genocidas urbanístico-culturales del siglo pasado. En ella estaría sin duda quien permitió, hace sesenta años, que se derribara el teatro Principal de Cáceres, que databa de 1802, para construir viviendas y la panadería La Rumalda. De aquel insigne centro cultural de la plaza de las Canterías sólo queda en la actualidad la embocadura o arco del escenario y algunas columnas que sujetaban los palcos, que ni siquiera están ya en su ubicación original porque se utilizaron para construir dependencias de la fábrica de pan.

Y seguimos sin aprender de los errores. Hoy en día, si no se pone remedio urgentemente, los últimos vestigios del que fue el primer teatro estable de la capital cacereña acabarán por desaparecer. Se corre serio peligro, por tanto, de que una parte importante de la historia cacereña quede reducida a cenizas debido a la negligencia de los propietarios y del ayuntamiento, que no acaba de proteger urbanísticamente el enclave.

A las alturas de siglo en que estamos, lo que está ocurriendo con el teatro Principal es una agresión al patrimonio y a la historia y un atentado a la inteligencia de cuantos vivimos en esta ciudad. Hay que conservar lo que queda de él como oro en paño. Cáceres no se puede permitir perder lo que queda de esta joyita del siglo XIX.

La historia de despropósitos en torno a esta edificación es larga. Tras el atentado de mediados del siglo pasado y otros sucesivos, la bóveda de la entrada de artistas y de los camerinos se perdió el pasado octubre debido a los trabajos de derrumbe de dos casas colindantes. Al dejar sin protección el muro medianero sobre el que se apoyaba la bóveda, éste se empapó y terminó ocurriendo lo previsible. La bóveda era uno de los pocos elementos de la edificación original y, por la apatía de unos y otros, terminó por desaparecer.

Este mismo mes ha sido un incendio el que ha estado a punto de arruinar los últimos restos que quedan en un solar que se ha convertido en los últimos tiempos en refugio de drogadictos e indigentes y en insalubre nido de ratas, ante la indiferencia de la administración, que debe ser la garante del patrimonio cultural.

El teatro Principal es un ejemplo, por tanto, de lo que nunca debió ocurrir, un símbolo que hay que conservar para azotar la memoria colectiva de la ciudad.

Hay que confiar en que el destino final del terreno no termine por ser viviendas. De cara al 2016 --sea Cáceres o no capital cultural de la UE-- la ciudad necesitará pequeñas dotaciones urbanísticas para albergar diferentes actos. Y qué mejor que utilizar el solar donde estuvo el primer teatro estable de Cáceres para hacerlo.

Me consta que Saponi es una alcalde que ama a su ciudad como pocos. Pero en este caso no lo ha demostrado lo suficiente. Es inconcebible que este enclave no esté protegido desde hace años. Y él lo sabe.

Publio Hurtado, en su obra Recuerdos cacereños del siglo XIX, da unas pinceladas de lo mucho que significó el teatro Principal. Se edificó tras fracasar otros dos proyectos, uno de ellos en la plaza Mayor. Con anterioridad a este primer recinto estable de representaciones, en los siglos XVI y XVII se escenificaban autos sacramentales en la plaza de Santa María. Posteriormente, se realizaban representaciones en el patio de la audiencia, entonces hospital, hasta que en el siglo XVIII se pasó al patio de comedias de la calle Peñas. A finales del siglo XIX terminó por denominarse teatro Principal. El enclave tenía dos entradas, una por la calle Peñas, por donde accedía el público, y otra por la plaza de las Canterías, para el acceso de los actores a los camerinos.

Ya no queda nada de ese esplendor. Nos lo hemos cargado. Pero la supervivencia, frente a viento y marea, de la arcada del escenario y las columnas merecen un esfuerzo de todos. Es hora de lanzar un SOS.