Katy Jacqueline Flores, una inmigrante boliviana sin papeles, no para de llorar. Vino a Cáceres en busca de un futuro mejor para los tres hijos que dejó en su país y se encontró con una pesadilla. Empleada de hogar, afirma que fue "humillada" por la mujer que la contrató "verbalmente" para trabajar interna a tiempo completo en un domicilio.

"Al principio fue muy amable, pero cuando entré en su casa todo cambió. No respetaba los descansos que habíamos acordado", asegura. Pero lo peor vino luego. A los tres meses, su jefa se negó a pagarle el sueldo de poco más de 690 euros (115.000 pesetas) tras acusarla de haber robado en el domicilio. Katy lo niega y recuerda los momentos en los que afirma haber sufrido "maltrato psicológico" y ser obligada a automedicarse: "Lloraba y me daban pastillas para que me sintiera bien y con fuerza".

Regalar a los hijos

Su calvario iba a más cuando le recordaban su condición de extranjera y la situación en Bolivia. "Me decían que en mi país nos estábamos muriendo de hambre y que les regalase a mis hijos", asegura.

También denuncia que la carga de trabajo fue mayor de lo pactado: "Entré a trabajar para ella y acabé haciéndolo también para sus primas. Me decían que en mi país sacábamos la comida de la basura".

Tras esta experiencia, Katy ha puesto su caso en manos de un sindicato para luchar por su dignidad pisoteada, a pesar de carecer de permiso de trabajo. Mientras tanto, sigue a la espera de conocer si su solicitud de residencia por razones humanitarias recibe luz verde. "Vine a trabajar y no a sufrir". Ahora se juega la expulsión.