"Buenos días, ¿cómo está?". Lo dice uno de los trabajadores del Tambo de la calle Gil Cordero saludando a una clienta que entra. Lo hace como quien entra en casa de algún familiar o amigo. La escena se repite con las siguientes: ellas saludan con afecto a los trabajadores y estos les corresponden interesándose por sus últimas vicisitudes. "Lo que diferencia un supermercado tradicional como este de las grandes cadenas es precisamente esto, el trato humano que encuentran", explica una de las cajeras Raquel Moya.

Ella comenzó a trabajar ahí "cuando aún llevaba coletas, tenía 16 años y acababa de dejar el colegio", explica "y de eso han pasado 20 años", añade. Sus dos décadas dentro de la empresa están estrechamente ligadas a los dos establecimientos que ahora cierran. Su primer destino fue el supermercado de Rodríguez de Ledesma, ha pasado por todos los centros y el próximo 31 de enero ella bajará la persiana del Tambo de Gil Cordero. Si, tal y como confirmó el lunes uno de los propietarios, Manuel Ollero, la plantilla también pasa a Dia, Moya echará además el cierre a media vida. "Cuesta, pero cuando han tomado esa decisión, entiendo que será para mejor", explicaba ayer.

De sus 20 años allí "recuerdo la caja registradora antigua, cuando las cosas las tecleabas a mano y las pasabas también tú misma porque no había cinta automática como ahora", explica, "o cuando descargábamos los camiones a mano", añade.

Quince años tenía también Carmen Cordero cuando empezó a trabajar en el supermercado de Alfonso IX, por eso se emociona cuando recuerda algunos momentos vividos con "la familia laboral" como se refiere a los compañeros con los que lleva 15 años trabajando en Rodríguez de Ledesma. Recuerda que en los comienzos "estábamos solos en Cáceres" mientras que ahora "está todo invadido de centros comerciales, la gente se reparte y cada cual mira por su interés", afirma. En los 90, el establecimiento de Rodríguez de Ledesma tenía seis cajas y a 15 personas trabajando allí, entre ellos 4 charcuteros. El panorama actual es bien distinto. "Estamos seis personas, entre ellos una cajera y un charcutero, y ya no hay frutería", explica. Sobre el futuro reconoce que le da un poco de vértigo "porque los inicios siempre son difíciles y, de algún modo, volvemos a empezar".

Un sitio de costumbres

Al igual que a los trabajadores les cuesta volver a empezar, también los clientes ven como "una faena" el cambio. Así, a sus 72 años Prudencia Santano cuenta que sube desde la calle Parras, donde vive, hasta Gil Cordero a hacer la compra. Algunos días le cuesta llegar. "Ya compraba aquí cuando vivía en Aldea Moret y lo sigo haciendo por costumbre y a pesar de que no estoy muy bien de las piernas", explica. Muchos días busca asiento en cuanto entra en la tienda. "Pero como ya saben lo que quiero y me fío de ellos no necesito comprobar lo que compro", explica.

Ese trato directo y familiar es lo que destacan todas las personas con las que ha consultado EL PERIODICO --clientes y trabajadores-- sobre estos supermercados. "Yo les traigo pasteles cuando hago los años. Son parte de mi familia", cuenta Filomena Plasencia, una jubilada de 82 años. Otra de las clientas, Carmen Solís, apunta carrito en mano que "quizás no hay tantas cosas como en las grandes superficies; pero está cerca de casa, hay variedad de marcas, encuentro todo lo que necesito y, al ser pequeño, hago la compra en un rato".