Hace ya calor y el sol hace brillar el cuarzo del granito, iluminándose la ciudad, que muestra sus estados de ánimo. Fíjense bien, unos días parece que sonríe, otros llora, otros se encuentra gris y triste... vive, siente y sufre como cualquiera de nosotros. Bajamos la Calle Consolación y buscamos la Ermita de las Candelas. No se parece demasiado a su aspecto original, en aquellos días en que tenía el cacereño pórtico de entrada, que se derribó en la reforma de 1957, y sus muros (a excepción de la cantería) se encontraban enjalbegados como el resto de las ermitas antiguas, y, así, a fuerza de manos de cal superpuestas, parecía blanda, casi como hecha de merengue. Pero llegó la moda de la piedra vista y el mampuesto que tapaban nuestros antepasados volvió al aire, y, a fuerza de verlo así, ya se diría que nunca estuvo oculto.

Es realmente antigua esta ermita, que en tiempos medievales se llamaba de San Pedro (cuya cofradía estuvo aquí constituida), y ya, a partir del siglo XV de la Consolación, y, más tarde y hasta la actualidad, de las Candelas, por la imagen titular de la misma, de honda y profunda devoción en Cáceres, que la procesiona el día 2 de febrero de cada año desde aquí hasta San Mateo, la parroquia de la cual depende. Ese día, celebra la Iglesia la Presentación en el Templo, fiesta del Señor, pero que el pueblo ha sentido siempre como profundamente mariana. En la procesión, tras la bendición de las candelas, se cantaba una hermosísima antífona: Adorna thalamum tuum Sion, et suscipe Regem Christum (Adorna, oh Sión, tu lecho nupcial, y recibe a Cristo, tu Rey). Los latines desaparecieron un día, quizá el mismo en que desapareció la vieja y hermosa cal, viejos recuerdos de tiempos que yo no conocí, pero que de oírlos tantas veces, los he hecho ya míos.

Al exterior resulta muy curioso su ábside pentagonal cuatrocentista, adosado a un lado del cuerpo de la nave, que tiende al cuadrado, de única nave, la cual se cubre con bóvedas de medio cañón. Tuvo sucesivas reformas a lo largo de los siglos, quizá la más notable la del XVIII, cuando las cubiertas del edificio amenazaban la ruina. En su interior se venera la imagen de la Virgen de las Candelas, talla de candelero del siglo XVII, que --como todo el mundo recuerda-- se incendió hace no muchos años y hubo de ser restaurada. Asimismo se conserva en la misma un hermoso Niño Jesús pasionista, con la Santa Cruz.

Siento especial predilección por la zona que rodea esta ermita, los restos de muros, quizá procedentes de la barbacana que un día rodeó la cerca, las calles del entorno, el jardín y las escaleras en las que tantas veces me he sentado a hablar. Si buscamos la Calle de San Ildefonso encontraremos los restos de la ermita de aquel santo. No esperen gran cosa, hoy en día son unos talleres, pero aún se puede intuir lo que antes fue. La portada es amplia, de buena cantería, aunque su abra no sea especialmente magistral, presentando un amplio arco escarzano, casi tapado por el letrero. Sobre ella una ventana que en su día serviría de tragaluz y, sobre el todo, se muestra un frontón que denota la techumbre a dos aguas.

Sabemos de su existencia en el siglo XVI y que, más tarde, se encargaban de su culto los frailes franciscanos del no lejano convento de San Francisco. A finales del siglo XIX, al desconsagrarse el templo, se trasladó a la Ermita de las Candelas la imagen del titular, el visigótico santo toledano a quien la mismísima Virgen le impuso la casulla. Me atrevo a aventurar que la devoción a San Ildefonso en Cáceres no fue gratuita y que sus orígenes pueden ser más antiguos de los pensado hasta ahora.

Hipótesis de Alfonso IX

Me explico. De todos es sabido que la reconquista de la Villa se lleva a cabo por Alfonso IX de León. Alfonso no es más que una de las variantes del nombre de Ildefonso, como también lo son Alonso o Ildealonso. Por lo tanto no sería extraño que el culto a este santo viniera del propio rey o de aquellos que quisieran honrar su memoria a través de su patrón. Es una mera hipótesis que lanzo.

Cáceres poseyó a lo largo de su historia más de treinta ermitas, de las cuales se conservan unas veinte (algunas reconvertidas en parroquia como San Blas o el Espíritu Santo, otras arruinadas, como Santo Vito), a ellas había que unir las cuatro parroquias antiguas, los ocho conventos, el Seminario de Galarza, cuatro hospitales, dos enfermerías, todos ellos con sus respectivos oratorios, más las capillas privadas de los palacios urbanos y las casas fuertes del alfoz. ¿Quién sabe cómo fue realmente aquel Cáceres? ¿Cómo serían los edificios que hoy no conocemos?

Primavera espléndida, aprovechen y paseen, miren las piedras, tóquenlas, escúchenlas: están deseando hablar, contarles tantas cosas. Atrévanse a acercarse, a acariciarlas y verán que, incluso las torres más altas y robustas, tiemblan y enrojecen cuando sienten en su cercanía una palabra de amor.