Ana Vigara lleva 30 años sin faltar a su cita con la Virgen de la Montaña para hacerle una promesa; Isidro regaló este año a su hija Elsa, de solo 21 meses, la medalla que le dio su abuelo, también hermano de la cofradía y que ahora luce la pequeña. Está orgulloso de que ella sea ya la tercera generación que disfruta con una tradición que ayer volvió a brillar con fuerza, una auténtica manifestación de fervor popular, emoción y ejemplo vivo del amor cacereño por su patrona.

De esa misma pasión participan Flor, Margarita, Gloria y Guadalupe, monjas de la Inmaculada Concepción que residen en el centro de espiritualidad junto al santuario. De Guatemala y El Salvador, también acompañaron a la imagen en la bajada. "Lo que más me gusta es la alegría que se ve en la gente", decía sor Gloria mientras los hermanos cedían el testigo de cargar con la patrona en el conocido como el tramo del pueblo.

De Cádiz a Cáceres, cruzando la Ruta de la Plata, también vino Encarna Suero, presidenta de la Casa de Extremadura en la ciudad gaditana que, con sus amigas Maricarmen, Juani, Carmen y María mantienen viva una amistad de siempre gracias a la patrona y a la Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil.

Con tanta alegría como la de Elena Leal, la madre de Rebeca que, con solo tres meses, vistió ayer su primera túnica, guapa, guapa... Igual de radiantes lucieron Marina, de siete años y de campuza; Irene y Carmen, ambas de ocho y alumnas del colegio Castra Caecilia.

Esa misma emoción de la que también hicieron gala antes de la salida de la imagen los miembros de la cofradía durante la imposición de medallas por haber llegado a los 65 años y a quienes son ya hermanos de carga activos. En una tarde llena de luz, Cáceres volvió a volcarse una vez más con su patrona en un reflejo de esa tradición que ojalá algún día Elsa, como su padre, le transmita a sus hijos. Eso que solo se logra con pasión.