"Teléfono de la esperanza, dígame". Así se inicia cada conversación. A un lado del hilo telefónico, un voluntario de la asociación escucha; al otro lado, habla un suicida, un solitario, un divorciado al que su mujer no le deja ver a sus hijos, una maltratada, una separada al que su marido no le pasa la pensión, un joven que no sabe qué hacer con su vida y ahoga su desorientación vital en las drogas o el alcohol, un niño al que maltratan sus padres...

Unos se desahogan, otros descubren un motivo para continuar viviendo, pero lo que sí encuentran todos es alguien que les escuche de forma anónima porque, sobre todo, en el Teléfono de la Esperanza lo que se hace es "escuchar", explica Manuel Femia, presidente del colectivo.

Hace seis meses que funciona en Cáceres este servicio gratuito --el coste de una llamada local-- y anónimo. En este tiempo, los 20 voluntarios que contestan al teléfono han atendido 422 llamadas, un 60% de mujeres y el resto de hombres. El número es todavía muy escaso, comparado con la demanda que tiene el servicio en Badajoz, que recibe solo esa cifra en un mes. "Aún somos de ayer, la gente nos conoce poco", explica Manuel Femia, presidente de la asociación en la capital cacereña.

Más que una llamada

Cuando se marca el 927 627 000, el teléfono suena en un piso de El Rodeo. El Teléfono de la Esperanza tiene fijada su sede de forma temporal en una vivienda de alquiler a la espera de que las instituciones atiendan su petición de un local público. Además de la línea telefónica, que está disponible las 24 horas al día y todos los días del año, la asociación ofrece también servicios gratuitos de psicólogo, psiquiatra o asesoría jurídica.

Los 20 voluntarios --pronto serán 15 más que están en formación-- que ahora se turnan para atender el teléfono y realizan estas consultas, entre los que hay profesores, catedráticos, ingenieros, médicos, ats..., han recibido una preparación específica durante tres años.

Dejar hablar es la principal estrategia que utilizan los voluntarios. "Escuchar, es lo más sencillo. Muchos solo quieren desahogarse, liberarse, contar su tragedia y la palabra tiene poder curativo", afirma Femia. "Aquí les escuchamos con cariño y afecto, aunque también es todo un arte saber escuchar".

Hablar tampoco es fácil. Aunque el que llama lo hace con el deseo de comunicar un problema, empezar es complicado y más a un desconocido, aunque sea por teléfono. Algunos llaman y cuelgan, pero no es lo habitual, "casi todos vencen sus temores iniciales y se abren. Cuando nos dicen que no sabe por dónde empezar, simplemente se les invita a que hablen de lo que se le ocurra".

Los voluntarios se han educado especialmente para escuchar. Después está la orientación, la búsqueda de las causas de los conflictos, de las salidas y opciones que puede tener cada persona. "Nunca aconsejamos, solo guiamos y abrimos nuevos horizontes a las personas".

Los casos más difíciles

Así ocurrió con las cuatro llamadas en las que el comunicante informó de su intención de suicidarse. Son los casos "más difíciles", reconoce el presidente, porque en ellos "está en juego la vida". "Lo satisfactorio es lograr que recapacite y no culmine sus planes". ¿Cómo hacerlo? "Se busca un amarre afectivo, un hijo, un amigo o incluso el odio hacia alguien, pero jamás se utiliza eso de que la vida es bonita y merece la pena vivirla".

No existe un perfil concreto de las personas que marcan este número de ayuda. A parte de que son más mujeres que hombres quienes demandan el servicio, con edades que oscilan entre los 20 y los 50 años, el abanico de usuarios y de conflictos que padecen es muy amplio.

Los más frecuentes son los problemas familiares serios, gran parte asociados a dificultades económicas, también situaciones de desamor, soledad, depresiones, trastornos de personalidad, violencia doméstica, deseos de morir, desorientación vital e incluso se dan casos --uno o dos a la semana-- de teléfonodependientes: adictos al teléfono que resuelven con él su soledad.

Hastío juvenil

Las mujeres son las más afectadas por situaciones de malos tratos y soledad, mientras que los jóvenes que hacen uso del servicio padecen, sobre todo, problemas existenciales. Estos son en su mayoría universitarios que "no encuentran un sentido a su vida" y revelan "un hastío por la movida y un vacío". Los problemas sexuales son, en cambio, los de menor incidencia.

Aunque menos frecuentes, también se han dado situaciones extremas. La llamada al Teléfono de la Esperanza salvó la vida a una persona tras ingerir una combinación letal de alcohol y pastillas. La actuación del voluntario, que con los escasos datos personales que facilitó, consiguió que recibiera atención médica a tiempo. "Después llamó para agradecérnoslo", recuerda Femia.

El Teléfono de la Esperanza es así una tabla de salvación para quien la necesita, el amigo que no se tiene o el único al que atreverse a contarle los problemas. Lo mejor de todo es que nunca salta el buzón de voz ni comunica.