Ana Expósito y sus hermanos lo tenían todo preparado para llevarse a su casa a su madre, de 89 años y usuaria de la residencia El Cuartillo de la capital cacereña (conocida como la Asistida). Son una de las cinco familias (según los datos aportados por la Junta de Extremadura) de la región que han solicitado sacar a su familiar del centro de mayores hasta que termine la pandemia. Ya se lo habían comunicado a su madre, que estaba impaciente por volver a ver a sus hijos, pero no ha podido ser. Uno de los requisitos indispensables para que estos ancianos puedan salir del centro es que cuenten con una prueba PCR negativa (se la realizan cuando se recibe la solicitud para abandonar el geriátrico) pero la suya ha dado positivo. Está infectada.

Sus hijos están destrozados. No entienden qué ha podido ocurrir porque supuestamente su madre se encuentra aislada en su habitación desde el 20 de marzo, donde desayuna, come, merienda y cena; el único contacto que tiene es de los sanitarios que entran cada día en su habitación: «Algo se está haciendo mal», insiste esta cacereña.

No es la primera vez que ella y sus dos hermanos solicitan llevarse a su madre. El sábado 14 de marzo, antes de que se declarase el Estado de Alarma y tres días después de que se ordenase el cierre de las residencias de ancianos, se dirigieron a la dirección para que les permitiesen sacarla de allí, pero se lo denegaron. Desde ese día dejaron de recibir información sobre ella. No tuvieron ninguna noticia hasta el 12 de abril. Vivían en una constante angustia: «Llamábamos para preguntar y no nos pasaban, nos decían que no nos molestáramos en llamar que si no nos llamaban es que mi madre estaba bien. ¿Qué humanidad es esa? ¿Teníamos que esperar a que nos dijeran que estaba contagiada o que había fallecido?», se queja. Su madre tampoco entendía por qué sus hijos habían desaparecido. Cuando hablaron ese 12 de abril con ella estaba enfadada: «Nos decía que qué hijos éramos que no íbamos a verla. Es muy duro que tu madre te diga eso», recuerda.

Está convencida de que, si les hubieran permitido llevársela cuando lo solicitaron la primera vez, ahora no estaría infectada. «Cuando empezó todo esto a los trabajadores les decían que no se pusieran la mascarilla porque estaban alarmando y los residentes estuvieron 17 días comiendo todos juntos, sin medidas de aislamiento. No se aplicaron los protocolos», insiste. La situación no ha mejorado porque los contagios siguen en aumento.

Ha sido la primera familia de la región en pedir autorización para sacar a su madre. Habían arreglado su casa y habían comprado todo lo necesario para sus cuidados (una cama articulada, un colchón antiescaras,…). Incluso habían contratado a una persona para que la cuidara por las mañanas, el resto del día harían turnos entre los tres hermanos para que no estuviera sola. Todo listo, pero una llamada truncó los planes. «Han llamado a mi hermana esta mañana -por ayer- y le han comunicado que la van a pasar a aislamiento, donde están todos los infectados», cuenta con lágrimas en los ojos. Les han informado de que no presenta ningún síntoma pero a ella hay algo que no le cuadra. En la última videollamada que hicieron observó que su madre estaba adormilada y que tenía toda la boca llena de heridas, se lo comentó a los sanitarios pero no le dieron importancia. «No se han dado cuenta, estoy segura», insiste. Deberá esperar al menos 20 días para hacerle de nuevo la prueba, si supera el virus, podrá volver a casa.