Mucho talento derrochó ese veterano grupo pucelano, que, pese a un medio año de retraso, nos sorprendió con una fresca y documentada dramaturgia, a una original y muy humana santa abulense. Comenzó la obra reptando Teresa en el suelo, muy débil ella por unas graves fiebres de malta; pese a ello queriendo coger unos libros de caballería, que su autoritario y machista padre, Julio Lázaro, le negaba: "la mujer no debe leer y menos escribir, eso es cosa de hombres".

Ella, con un decidido afán liberador, feminista y muy espiritual quería formarse y volver al convento de La Encarnación para tratar en amistad a un Jesús también muy humano, con el que oraba mental y afectivamente con vehemente intensidad, y que El correspondía a su gran amor con unos gozosos arrobamientos místicos. Eso le trajo la persecución de los puritanos inquisidores del Santo oficio, quienes la confundían con los alumbrados y otros herejes europeos.

Ella, pese a todo relativiza estas incomprensiones suscitadas también dentro de dicho convento, reaccionando con alegría y buen humor, empeñada en dar a "su palomarcico" un nuevo aire de mayor cultura, alegría y afectiva espiritualidad mística, hasta que al final de la obra consigue iniciar sus varias reformas y fundaciones de las carmelitas descalzas.

La interpretación que dio a la protagonista Rosa Manzano fue de una muy suelta naturalidad, muy creíble y con agudos contrastes de la tumultuaria y agitada vida de la Santa, suavizada con finos toques humorísticos y alegres, especialmente cuando se le aparecía su buen Jesús, Jesús Peña, el cual encarnó también al antagónico y desmesurado inquisidor, bastante caricaturizado. La Madre Luna bordó también su duro papel inicial hasta que después apoyó decididamente a la Santa, haciéndose merecedora del premio de interpretación que le concedieran loa actores de Castilla-León; aún más expresiva y simpática resultó la hermana Juana, o sea Cristina Calleja, que hacía también de Angel que subía y se deslizaba ágilmente por unos altos lienzos iluminados, francamente espectacular.

La acertada dirección supo destacar un muy actualizado y sorprendente texto suyo y con una seria puesta en escena, de muy sobria escenografía, que se reforzaba oportunamente con una caracterizadora luminotecnia. En los cambios de escena, una muy aguda soprano, Consuelo Bravo, cantaba unos bellos poemas teresianos también muy bien musicalizados y cantados.

TODO ELLO contribuyó a seguir con creciente interés la denodada lucha de una apasionada Teresa, muy vehemente y segura de su misión liberadora y culturizadora de la mujer de su tiempo, lo que le hacía ser una de nuestras contemporáneas, una Teresa de Jesús, más poseída de intensos gozos que de algunos pasajeros misereres, que le costaron sus reformas y nuevas fundaciones.

Encendidos aplausos, con algunos bravos, corroboraron el más que justificado éxito del Teatro Corsario, en la fría noche del pasado viernes y con un graderío escasamente poblado, pero muy satisfecho de tan buena representación.