Las villas y pueblos temían a los conflictos bélicos por diferentes cuestiones, principalmente por la sangría de hombres jóvenes que eran llamados a empuñar las armas contra enemigos diversos y desconocidos, así como por el miedo a tener que aprovisionar gran cantidad de géneros y alimentos para abastecer a los ejércitos, cuestiones que generaban infortunios y hambrunas entre la población.

Un caso especial se produce durante la llamada Guerra de la Independencia, que, en su primera etapa hasta 1812, acabará convirtiendo a Cáceres y su extenso partido judicial, en la despensa desde donde se suministraba todo lo necesario para el devenir diario de los ejércitos, tanto español como portugués, ingles y francés, así como las partidas sueltas que campeaban cercanas a territorio cacereño. Estas circunstancias se producían en un contexto histórico de vacío de poder, que dejaba a los concejos a merced del destino o la habilidad diplomática para relacionarse con tropas, que llegaban a las villas con la única intención de solucionar sus problemas de suministro. Era el caso del ejército francés.

Prácticamente, desde los inicios de la guerra contra los franceses, el concejo cacereño fue requerido por los mariscales de la “Grande Armee” a través de cartas enviadas desde su cuartel general en Trujillo. En esas cartas el mariscal Víctor ordena se incauten bueyes, carneros, zapatos, sábanas, medicinas, pan o vino. El 15 de abril de 1809 se ordena al concejo cacereño se requisen los ganados trashumantes en la proporción que le parezca conveniente, haciéndole saber a los propietarios que si no obedecen serán ejecutados. La amenaza de mandar tropas contra la población civil se encuentra presente en todas las órdenes recibidas.

El 12 de febrero de 1810, se decreta el envío de 10.000 raciones de víveres diarios y 3.500 de forrajes, que deben ser enviadas a Trujillo ” sin retraso alguno” para abastecer al 2º Cuerpo del ejército francés. Estos víveres eran sufragados por el ayuntamiento a costa de los vecinos, que estaban obligados a contribuir sin contraprestación alguna.

El 17 de febrero de 1810, el concejo cacereño hace saber a los franceses que hay diferentes causas que impiden el suministro solicitado por la inseguridad de los caminos y la escasez de alimentos en los pueblos debido a que desde el inicio de la guerra se ha tenido que “mantener a ejércitos de una y otra parte” por lo cual falta absolutamente de todo, principalmente de ganado vacuno, por lo que se había tenido que enviar a Trujillo aquello que tenían los pueblos para el surtido de los vecinos. Así mismo, se hace saber que se teme que de un momento a otro falte el pan, porque la situación bélica no permite que llegué trigo a Cáceres. La contestación de los franceses, claramente intimidatoria, notifica al concejo que “el soldado bien alimentado sólo se ocupa de las operaciones militares, pero si le faltan los alimentos puede darse a excesos” dando a entender que un ejército escuálido no hay mariscal que lo controle.

Según pasaron los primeros años de guerra, la presión francesa se fue reduciendo, no así el abastecimiento al resto de los ejércitos que convirtieron a Cáceres, de 1808 hasta 1814, en tierra de provisión para tiempos de guerra.