Nos alejamos del núcleo urbano y entramos en la zona de los Alcores, término que procede del de Alcocer, tal y como era denominado en los documentos antiguos. Tierras que, en su mayoría, pertenecieron a los Condes de la Torre de Mayoralgo. Diré que cercana a la Casa de las Corchuelas existieron, en su día, dos aldeas: Las Corchuelas y Puentefuera.

Continuando por el camino que sale de San Eugenio encontraremos la Ermita de Santa Lucía, de gran raigambre en Cáceres, cuya popular romería, en el mes de mayo, sigue concentrando a gran número de fieles para la misa, la procesión y el besaojos. Perteneció a los Ovando Perero, Señores de la Casa Fuerte de las Seguras, aquellos descendientes del conquistador Pedro de Ovando que vivían en la Calle Olmos. Al exterior no puede ser más cacereña, contrastando la cal pulquérrima con la cantería de los pilares del ábside porticado y el ampuesto del resto del edificio. En éste existen tres blasones en los que se parten las armas de Ovando, Mogollón y Perero. La cubierta es de dos aguas. El pórtico cobija una portada de medio punto enmarcada en un alfiz. Existe constancia de ella en el siglo XV y, en el XVI, se levantó la capilla mayor.

El interior es muy hermoso, latericio, de una sola nave dividida en tras tramos separados por arcos apuntados que sujetan una cubierta lígnea. En el presbiterio se sitúa un altar barroco de 1690 con aires de transición al clasicismo, con una hornacina flanqueada por columnas que custodian la imagen contemporánea, de escayola de Olot, de Santa Lucía. La original se trasladó a Coria. El retablo se remata por una tabla que muestra una pintura popular de la santa titular. Tras él se hallan restos de pinturas murales, quizá el antiguo retablo pintado sobre el muro. El altar situado delante de él es hermoso, con un interesante relieve de signos pasionistas.

No lejana, y cerca de la carretera de Badajoz, aproximadamente frente a la Quinta de la Enjarada, se encuentran la Ermita y Casa de Santa Olalla. Es éste uno de los templos más interesantes de Cáceres, tiene su origen en una villa suburbana romana, en la que, según la tradición, vivió Santa Eulalia hasta ir a Mérida a buscar el martirio, siendo, pues, identificado este lugar como el Pago Ponciano. Lo cierto es que es éste un sitio rico en vestigios arqueológicos, especialmente epigráficos. En tiempos altomedievales se construyó aquí una basílica visigótica cuyos restos se reaprovecharon, junto a otros mozárabes, para construir el templo gótico primitivo, en el siglo XV, reformado en los siglos XVII y XVIII.

Estos últimos, comenzados en 1705 y culminados en 1730, tuvieron el impulso del Obispo Sancho de Velunza, y en ellos intervinieron Juan Montero y Juan Escandón. Al exterior destaca el pórtico y la gran espadaña, el interior, de una sola nave, se cubre con bóveda de cañón en tres tramos. El ábside posee elementos y estructura visigótica y mozárabe, datado en el siglo VII. El retablo rococó es de 1720 y se muestran en él las imágenes de Santa Eulalia, Santa Julia y San Donato. Hay un interesante crucificado de marfil y diversas tallas y pinturas. No parece quedar rastro de la imagen de San Juan que restauró Juan de Ribero.

Anexa a la ermita se encuentra la decimonónica Casa de los Condes de Santa Olalla, los García-Carrasco, quienes adquirieron a los Condes de la Torre de Mayoralgo esta propiedad y tomaron de aquí la denominación de su título. Es hermosa, robusta, esgrafiada, mostrando las armas de García, Carrasco, Merino y Romero, similares a las que se encuentran en su palacio de la Calle Muñoz Chaves.

La fuerza telúrica

Estas tierras poseen una enorme fuerza telúrica, fueron lugar de adoración y culto de la diosa Adaegina, divinidad principal del panteón lusitano, cuyo centro devocional se encontraba en Turóbriga, probablemente la Basílica de Santa Lucía del Trampal de Alcuéscar. Era tal su devoción que sus adoradores no solían referirse a ella por su nombre, sino que la deonimaban Domina Dea Sancta, la Señora Diosa Santa. Poseía un triple carácter, infernal, reproductor y sanador. Tuvo un santuario en Malpartida de Cáceres, en las inmediaciones de la Dehesa de las Trescientas, cuyo posible altar se custodia en el Museo de Cáceres, y a ella se consagraron los exvotos en forma de cabra del Arqueológico Nacional de Madrid y de la Fundación Balaguer de Villanueva y Geltrú.

Hay quien ha hablado, incluso del sincretismo entre Adegina (que se acabaría asimilando con la romana Proserpina) y las Santas Eulalia y Lucía, pero a esa historia esotérica y heterodoxa ya he dedicado algunas páginas en un ensayo dedicado a la diosa. Tierra sacra de cultos continuados, tierra de ocupación humana prolongada. Cáceres misterioso y oculto, donde la tierra calla muchos secretos: las aguas de Santa Eulalia sanaban el cuerpo, pero más el alma, y los ojos de Santa Lucía guiaron a Dante hasta las mismas puertas del Infierno.