TDtiez años han pasado desde aquella fatídica invasión a las torres gemelas de Nueva York. Dos gigantes, dos poderes, dos culturas, dos dioses de barro se enfrentaban en guerras sangrientas para demostrar quién es más cruel y quien mete más miedo para dominar al mundo. Occidente y Oriente, islamismo y cristianismo; lo nuestro y lo de ellos, como diferentes antagónicos de espaldas a la realidad de la vida. Las religiones así, manejadas por los poderosos, se hacen muy poderosas pero, por eso mismo, pierden su razón de ser como religiones.

Diez años llevamos los cacereños rebelándonos a esos tejemanejes de poder, respondiendo con el sencillo gesto de la marcha de 'Todas las Religiones por la Paz'. Así expresamos que el diálogo entre culturas y religiones diferentes es un signo de progreso porque nos alienta a educarnos en la imparable nueva cultura del mañana. O aprendemos a convivir o nos quedaremos apolillados en nuestros cofres de oro cerrados con siete llaves.

Todavía hay cierto recelo a lo religioso, hay 'progres' que, para considerarse como tales, arremeten contra las religiones por considerarlas formas arcaicas que adormecen la inteligencia y paralizan el desarrollo de un progreso ilimitado. Admito su parte de razón, pero quisiera aportar que estamos en otra época donde el pensamiento positivo, más abierto, plural y evolucionado, nos alienta a humanizar la cultura del mañana.

En este sentido, las religiones universales, con sus debidas adaptaciones a los derechos humanos, tienen un lugar en el espacio mundial. La Europa que con fatiga intentamos construir necesita otras claves que contribuyan a generar una ética común más allá de los intereses comerciales. Es urgente apostar por el ser humano sin distinción, para que sea considerado con toda su dignidad en la tierra y al mismo tiempo abierto a la trascendencia en otra dimensión que no podrá jamás programar ni la más perfecta tecnología.

Las religiones monoteístas, que siguen conviviendo entre nosotros, a pesar de sus diferencias doctrinales, comparten coincidencias sobre las que se puede establecer una auténtica convivencia social. Es verdad que las religiones no podemos arreglar los múltiples problemas económicos y sociales que hay en nuestro mundo, pero sí podemos contribuir conjuntamente a generar espacios de convivencia y de búsqueda del sentido de la vida. Juntos podemos ofrecer una ética del amor y de la ternura, de la justicia y de la responsabilidad social, donde la ciencia y las creencias dialoguen en la búsqueda de un nuevo humanismo que complemente todas las dimensiones del saber. Juntos podemos aportar la fuerza y la sensibilidad del corazón a lo que nos queda aún por descubrir en la tierra.

La 10 Marcha de la Paz, junto al gesto que vivimos recientemente en la plaza Mayor, reuniendo a los representantes de cada religión con el objetivo de la paz, hacen que Cáceres no solo sea apreciada como patrimonio de la humanidad por sus monumentos históricos, sino también por la monumentalidad de lo que significa para el futuro crecer en este intento. Es un gesto pequeño para nosotros, pero es un paso muy grande para toda la humanidad, si continuamos integrando esta educación en la normalidad de la vida de cada día.