En Europa, todos los caminos conducen a Roma y en Cáceres, todos los caminos conducen a Obispo Galarza. Los conductores de la ciudad feliz salen de casa para llevar a la suegra, recoger a los niños, hacer la compra o tomarse unas cervezas.

Darán mil vueltas con el coche buscando una plaza de aparcamiento, dudarán sobre si tomar esta calle o aquel bulevar, titubearán a la hora de escoger entre Hernán Cortés o la avenida de España, pero siempre les quedará una certeza inmutable: hagan lo que hagan, acabarán en Obispo Galarza.

El párking cacereño del antiguo mercado de abastos se ha convertido en el epicentro de todas las direcciones, en el meollo del tráfico urbano, en el punto G del callejero y, lógica consecuencia, los conductores de la ciudad feliz se rebelan y no acaban de tener una cultura de párking.

Acratas y cabezones

El conductor cacereño es un personaje educado en la acracia y la gratuidad. No se rebelará contra otras cuestiones más graves, pero a la hora de coger el coche, que nadie lo maneje y lo dirija porque se revoluciona, se pone cabezón y es capaz de vaciar su depósito de combustible buscando una miserable plaza libre en la calle a entrar en el párking y ocupar cómodamente un espacio cubierto y protegido.

No se sabe que exista en España un aparcamiento público más barato que el de Obispo Galarza, pero a los conductores de la ciudad feliz les sigue pareciendo caro y se les ve dando vueltas por plazas y callejas con tal de no pagar sesenta céntimos por una hora de aparcamiento. Gastan mucho más en gasolina y en desgaste psicológico, pero para ellos, aparcar gratis es una cuestión de honor.

En Cáceres no existe una cultura de párking. En Santiago o Salamanca, los conductores van derechos desde el garaje de su vivienda hasta cualquiera de los numerosos aparcamientos públicos de sus ciudades. No les importa pagar por aparcar, lo ven normal y les parece cómodo.

En la ciudad feliz sucede todo lo contrario. Los conductores salen de sus casas con una idea fija en la mente: hay que aparcar gratis como sea. Se recurre a la doble fila, a las casas baratas, a San Blas o a Santiago. El caso es dejar el coche sin apoquinar un céntimo y mantener así el honor inmaculado.

En Cáceres se puede destrozar el entorno del puente de San Francisco y no pasa nada, pero si se pierde una plaza gratuita de aparcamiento parece como si hubieran demolido Santa María. Y el cacereño, que suele tener fama de formal y cabal, se convierte en un pícaro sibilino en cuanto le tocan el tema del aparcamiento.

Los conductores de la ciudad feliz se las saben todas y tienen dos párkings gratuitos que guardan en secreto. Uno es la explanada del Multiusos de Nuevo Cáceres, que se llena de aparcadores clandestinos los miércoles por la mañana mientras dura el mercadillo.

El otro aparcamiento secreto y prohibido es el de las traseras del hospital provincial, donde por las tardes se puede dejar el coche sin problemas echándole un poco de morro y poniendo cara de ATS. También es muy utilizado el estacionamiento cubierto de Eroski, gratuito y no muy alejado del centro.

Pero por mucho que la ciudad feliz se resista, la cultura del párking, vigente en las grandes ciudades europeas desde hace años, acabará imponiéndose porque no quedará más remedio. Ultimamente, la ocupación de Obispo Galarza es bastante alta y ya se anuncian nuevos proyectos de garajes públicos que van a quebrar el hábito ácrata, rebelde y pícaro del conductor cacereño.

Los nuevos aparcamientos de la plaza Marrón, el barrio del Perú y la avenida Virgen de Guadalupe intentarán convencer a los conductores de la ciudad feliz de que una hora en un párking cacereño cuesta 0.60 euros y un litro de gasóleo sube a 0.80.