-Es médico especialista en medicina tropical, experta en hansenología, investigadora pionera en la enfermedad del Jorge Lobo y presidenta de la Asociación Comité Ipiranga, con delegaciones en España, Brasil e Italia. Trabaja en la zona del río Purús para una población de 30.000 habitantes dispersos en más de 68.000 kilómetros, y lo hace a bordo de un barco hospital en el que pasa consulta en la Amazonia. ¿Por qué se fue a Brasil?

-Me fui fundamentalmente persiguiendo este sueño de trabajar en el ámbito de las enfermedades tropicales y de forma particular en la enfermedad de hansen, conocida en Europa como lepra. La región del Purús siempre ha vivido esta patología de forma cotidiana. No es una herencia sino algo presente y persistente. A lo largo de estos años hemos podido desarrollar un trabajo gracias a la gente de la localidad porque el proyecto Ipiranga se basa fundamentalmente en la formación de equipos con agentes locales.

-Aunque el río Purús recorre Perú y Brasil, más del 90% de su cuenca se encuentra dentro de los estados brasileños de Amazonas y Acre. ¿Puede describir la zona donde realiza su trabajo y a qué se dedica la población?

-Nosotros comenzamos en la región urbana de Lábrea, son 7 días de barco desde Manaos, que es la capital del Estado del Amazonas en la región amazónica, y llegamos hasta la frontera con Colombia, en la última ciudad brasileña que lleva por nombre Tabatinga, que ya es frontera con Leticia. A veces hacemos incursiones en Acre por alguna colaboración con entidades con las que mantenemos parcerías. El ámbito geográfico no se limita allí tan fácilmente, las poblaciones ribereñas indígenas tienen sus propias dimensiones a la hora de medir el territorio. Esas mediciones no se realizan en kilómetros sino en horas de río a lo largo del año. En nuestro caso hablan de aproximadamente 30 días navegando sin pararse en ningún momento. Podemos invertir parando en cada una de las 190 localidades a las que atendemos unos seis meses. La población se dedica fundamentalmente a la pesca y al caucho, a la seringa. Brasil en los siglos XIX y XX exportaba caucho y era una zona riquísima en cuanto a producción hasta que las simientes se fueron para Asia y perdieron la hegemonía.

-¿Cómo es su barco hospital?

-En él prestamos atención médica y a bordo viajamos unas 10 personas. Las visitas se hacen siempre en la comunidad, casa por casa, no se hacen en el barco porque cuando hay enfermedades de este tipo necesitamos saber qué comen, cómo viven, qué beben. De modo que nos adentramos en el mato y solo trasladamos al barco a enfermos graves. La parte de arriba se usa para internar a hombres, mujeres, niños y ancianos. Abajo hay seis consultorios, un camarote en el que dormimos, cocina-sala y baño para sesiones clínicas donde nos reunimos antes de salir a las consultas, en torno a las seis y media de la mañana.

-Es autora del libro ‘Atlas. Dermatología Tropical. Región Amazónica Brasileña’, en el que pormenoriza las enfermedades que azotan a la Amazonia como la hanseniase y la enfermedad de Lobo. Ese estudio sirve ya de referencia en el campo de la medicina mundial...

-Soy coautora junto con mi equipo local de un estudio que pudimos concluir en 2009 después de 10 años y en el que por primera vez se realizó un seguimiento de estas patologías y se clasificaron. El problema con el que nos encontramos en este área desde el punto de vista epidemiológico es que no hay escritos, hay leyendas sobre estas dolencias y no existen datos clínicos o documentaciones archivadas pormenorizadamente. De modo que este Atlas recoge esta situación endémica que ha despertado interés internacional. A veces nos gustaría que pasase a una segunda fase, la de la investigación en los lugares donde estos focos son una epidemia.

-Usted lidera un equipo de trabajo mundial que se encarga de la investigación de 31 enfermedades tropicales desatendidas...

-Esto fue una iniciativa casi unilateral. Es decir, nosotros somos un proyecto en teoría humanitario, profesional pero humanitario, con fondos privados para poder desarrollar trabajos de emergencia, de atención clínica, incluso pequeñas investigaciones. En algunos congresos internacionales donde nos encontrábamos médicos que vivíamos esa precariedad institucional, creamos esta red de facultativos, este observatorio que actúa en el ámbito de las enfermedades tropicales olvidadas. Lo que intentamos es intercambiar conocimientos sobre estas patologías.

-Los salarios de los 342 colaboradores del programa de salud en el que Ipiranga está inmerso en el Amazonas los paga el gobierno local. Brasil tiene municipalizada la sanidad y los recursos son escasos porque son comunidades pobres. ¿Cómo se sobrevive en el infierno de la falta de recursos?

-Todos los que estamos allí sabemos cómo es la realidad. El proceso de municipalización fue un problema en una región como esta, donde la población no tiene casi recursos propios. La negociación continúa con las instituciones locales, con muchas dificultades, y también con convenios internacionales a los que presentamos proyectos. Pero debo decir que cuantos allí trabajamos tenemos un compromiso que va más allá de una cuestión monetaria. Siempre digo: «Ninguno de nuestros pacientes va a poder pagar esto, entonces seamos conscientes de todo a lo que nosotros vamos a tener que renunciar». Es una opción libre al final.

-Cuando llegó a Brasil se pensaba que lo que ocurría en el Amazonas era maldito. Había comunidades enteras padeciendo hansen; con mutilaciones frecuentes. Había que intentar llegar a la población en una lengua comprensible para ellos. ¿Cómo fue ese aprendizaje, ese ponerse en la piel del otro?

-Es un sentido de respeto. Tú eres una persona más dentro de un equipo. Tú tenías unas ideas, ellos, otras. Esas ideas había que hacerlas comunes porque había que hacerlas viables. La maldición no es un concepto que empobrece a una población sino que nos encontramos ante una población que tiene memoria. Estas poblaciones ribereñas indígenas, a lo largo de los siglos, han sufrido mucho y han guardado en su memoria esos momentos que han sido dramáticos. Y enfermedades como la hansen, la malaria, el lobo o la hepatitis negra eran una reminiscencia de esa memoria. Y había que trabajar para mostrar que si se adoptan algunos hábitos o unas medidas de prevención las cosas deberían cambiar. Y había que hacerlo en sus lenguas, el jamamadí, el paumarí, el dení, el sorowahá, el arauá, unas lenguas que se transmiten oralmente. Allí no se escribe, porque si se escribe muere el espíritu. Había que buscar todos los resortes y se encontraron, porque la gente es muy inteligente. Se consiguió un entendimiento porque siempre es posible entenderse, y se consiguió cambiar porque todos estábamos dispuestos a cambiar.

-Usted colabora con poblaciones que viven en áreas a siete días de barco de la escuela. Ahora trabajan a su lado los hijos de sus primeros compañeros, ya formados en la Universidad, con bolsas de estudio que Ipiranga ha conseguido a lo largo de estos años...

-Eso era fundamental para nosotros. La segunda generación que trabaja a nuestro lado tenía que tener otras oportunidades. La enseñanza universitaria es un referente porque la formación es fundamental y es un patrimonio. Le propusimos a la universidad que nosotros correríamos con algunos gastos como vivienda, alimentación o libros a cambio de plazas en ese centro público. Y así fue, así se hizo. Y hoy felizmente nuestra coordinadora jefe es Dayane, una mujer enfermera nacida en la zona del río Purús. Esto garantiza la continuidad del proyecto en el futuro.

-Están impulsando la creación de un gran laboratorio de investigación de enfermedades tropicales en un lugar donde estas patologías están siendo virulentas. ¿Es usted, de fábrica, de serie, imbatible al desaliento?

-El desaliento, jamás, porque he visto hacer posibles muchos sueños que parecían imposibles. La realidad no te permite caer. Dependemos de nosotros mismos y este es un sueño que es real para nosotros: crear un gran laboratorio de investigación. Me parece absurdo llevar muestras de sangre a 20.000 kilómetros, a un gran hospital en Londres, Roma o Madrid cuando se puede hacer allí. ¿Por qué no? Algún día se podrá hacer. Sería una cosa justa.

-Hablamos mucho de solidaridad, nos colgamos en Europa esa medalla mientras gente como usted se enfrenta a una consulta de 300 personas diarias...

-Allí las palabras no existen. Existe la praxis de la piel, la piel con la piel. Nuestra motivación es tocar la piel de la gente. Y se acabó. La solidaridad y la generosidad son para mí conceptos anónimos; lo que es visible es la situación de la gente. Cuando alguien viene con un planteamiento para idealizar el proyecto le decimos: no es posible, porque yo no sé de palabras, yo sólo sé lo que toco, lo que es real. Y esto es real.

-¿Se vive con poca agua?

-Es una zona donde se producen vertidos de mercurio por los buscadores de oro y tenemos la enfermedad de minamata, que es una dolencia neurológica. Por eso lo que más nos preocupa no es la cantidad sino la calidad del agua. Allí las casas se construyen en alto porque las inundaciones son muy frecuentes, son espacios diáfanos, con cocina de leña en la que la familia se sienta en el suelo y duerme en sus hamacas. Hay un espacio común, la casa de fariña, donde las comunidades se reúnen. Son zonas humildes. En áreas rurales como Lábrea ya existe luz eléctrica y teléfono.

-Abordemos el asunto de los niños. Brasil es el país iberoamericano con más porcentaje de niños sin escolarizar, siendo aquéllos que viven en territorios rurales los más desfavorecidos...

-Tenemos un grave problema. Allí existen unas escuelas rurales donde viene un profesor que puede permanecer cuatro o cinco meses. Los niños tienen que coger una canoa, remar durante horas en mitad del sol, con temperaturas importantes, para poder acceder a la educación, a tener una pequeña escuela con alumnos de 5 o de 25 años.

-¿Cómo es ser mujer en la Amazonia?

-Tiene un papel muy importante y muy participativo como madre, mujer, hermana...

-Brasil ha dado luz verde al ajuste fiscal más severo de su historia. Desde que se aprobó su Constitución de 1988 no se había visto una medida tan contundente. La reforma del presidente Temer rebaja dramáticamente el techo de los gastos públicos durante los próximos 20 años...

-Brasil lleva meses convulsos, sobre todo a raíz de la ‘impeachment’ a la presidenta Dilma Rousseff, que fue muy curioso porque la apartaron de la presidencia pero no de la posiblidad de volver a presentarse a otras elecciones. Michel Temer, que ya estaba en el gobierno como vicepresidente y asumió la presidencia, defendió que había que adoptar medidas financieras drásticas para evitar que el país se fuera al caos. Eso está evidenciando que los reajustes van a limitar el desarrollo futuro. Brasil tiene más de 200 millones de habitantes, la situación de las clases medias está empobreciéndose desde hace años y hoy existe una población muy joven, una segunda generación que no ha podido solidificar o consolidar unos procesos para estabilizar su situación social y económica.

-Y en medio la corrupción...

-Es un país que la viene sufriendo hace muchos años, un proceso que se ha instalado y que es la causa fundamental de la incredulidad ante las acciones que lleva a cabo el Senado. Es una especie de castillo de naipes donde político tras político está cayendo.

-Estamos ante un momento en el que las izquierdas latinoamericanas pierden fuerza y dan paso a Gobiernos de derechas, lo hemos visto en países como Argentina o Uruguay...

--Hay dos cuestiones. Por un lado son ciclos históricos que también afectan a Europa o Estados Unidos. Hay una tendencia internacional que se coloca en la cabeza de la gente y que tiene que ver ahora con el avance de la derecha. Por otro lado está la interpretación de la izquierda en América Latina, que es diferente a la que tenemos en España; en Brasil, por ejemplo, las coaligaciones de partidos de derecha e izquierda se han hecho con más naturalidad que aquí. La fidelidad partidaria no es tan visible.

-Brasil, eso sí, tiene un gran potencial como nación...

-Es un gran país que puede ofrecer grandes cosas, lo que ocurre es que la política domina en exceso su estructura, con muchos países dentro de un país, ciudades que hablan solo japonés, o alemán, o polaco... Cada gobernador tiene mucho poder y cambian las políticas económicas, educativas o sociales según la zona, algo que crea grandes contrastes y desigualdades.

-Opine de los refugiados...

-Creo que hay estructuras internacionales que deben tener más coraje para evitar tanto sufrimiento.

-¿Cómo ve la situación política española?

-Con preocupación. Se tendría que dialogar más y avanzar en la tolerancia. Al consenso solo se llega con diálogo.

-¿Usted es Ciudadana Honoraria de Foz do Iguaçu y Medalla de Extremadura, qué suponen los premios en su carrera?

-Me sirven de gratitud, los tomo prestados pero los hago extensivos a todo el equipo.

-Estamos en Guareña y qué mejor forma de terminar esta entrevista que volviendo a la infancia: ese lugar donde todo empezó...

-Amo profundamente a mi pueblo. Aquí tuve una infancia feliz. Una amiga de Italia vino una vez y al llegar a Guareña dijo: «Ahora entiendo cómo es Tony», porque aquí sintió fuerza, frescura, entereza, persistencia. Me fui de Extremadura amándola, porque la dimensión del amor no la llevas en la parte geográfica del mundo donde te encuentras, la llevas en el corazón.