La estulticia, la ignorancia y el fanatismo son los ámbitos «populistas» más útiles para ganar adeptos para una causa o para encandilar multitudes hacia la violencia y el griterío. Ninguna de estas tres destacadas cualidades humanas exige pensar, reflexionar y conocer las causas por las que se chilla y se pelea. Tampoco necesitan que sus seguidores realicen ningún trabajo ordenado, serio o que ofrezca resultados valiosos; basta con repetir incansablemente los «karmas», los «tópicos» o las consigna insulsas y vacías que nos dictan desde los altavoces los «ultras» del «duce» para saber qué hay que destruir, qué hay que arrasar o qué hay que proclamar a voces y con banderas al viento; aunque lo que proclamemos sea falso, contrario a la verdad histórica y producto solamente de la seca imaginación de algún «gurú» ultranacionalista - o «ultracateto» -; cualidades que suelen coincidir desde el comienzo de los tiempos, con las gentes que vivían en lo más profundo de las cavernas,

Lo que vengo diciendo para iniciar este «Tribuna» se produjo el pasado día 2 de enero en Granada, para celebrar el DXXVII Aniversario del acuerdo firmado entre Boabdil «El Chico», último de los reyes granadinos y los Reyes Católicos: doña Isabel de Castilla y don Fernando de Aragón. Acuerdo por el cual Boabdil pasaba a ser Duque de Guadix, con un extenso señorío sobre las tierras de Guadix, Baza, la comarca de Los Vélez y La Vera en Almería; con rentas y censos suficientes, que le permitirían mantener los fastos reales por los que tanto había luchado contra su propia madre, contra su antecesor y contra su tío, «El Zagal», en Granada. Luchas e intrigas palaciegas en las que le ayudaron y apoyaron los propios Reyes Castellanos, a los que tenía por amigos y aliados. Tanto es así que les vendió, por 30.000 «castellanos» de oro, la mismísima Alhambra granadina, para mantener sus fastos y lujos personales.

Los citados Reyes de Castilla y Aragón no habían unido dinásticamente sus reinos - solamente su nieto, Carlos de Habsburgo, constituiría una «Monarquía Católica» -; por lo que hablar por entonces de España, es una falacia histórica. Lo mismo que hondear como símbolo la bandera «roja y gualda», que ni en Castilla ni en Aragón era tenida por «enseña». No creo necesario repetir aquí todos los demás tópicos y falacias que se vocearon «a voz en gallo» con la mano levantada; como los trasnochados «fachas» italianos, que emulaban así el «¡Ave, Cesar!» de los viejos centuriones romanos.

Los gestos, los símbolos de colores vivos, los «postureos teatrales» y otras formas de expresión «ultra», son las manifestaciones más visibles de estos movimientos de masas sobrecargadas de vacuidad intelectual, de ruido «hipnótico» - himnos y canciones de guerra - y de provocación violenta contra los enemigos de España, contra las mujeres que denuncian en falso a sus maridos, o contra los pueblos inmigrantes, a los que se considera inferiores y malvados.

Aquellas «consignas» de los «fundadores» de hace casi cien años, quedaron acartonadas, como la momia del propio dictador, que hoy sigue exigiendo «acatamiento inquebrantable y sumisión» a sus súbditos desde su cripta «faraónica». ¡Exhumémoslas del nicho reseco de tantas mentes «ultras» y olvidémoslas definitivamente en el baúl polvoriento de los trastos viejos¡ ¡Pero no olvidemos sus consecuencias nefastas, para no volver a reiterarlas.