A Bouchra Zahir, una inmigrante marroquí de 28 años, los recuerdos de universitaria en su país le saben a nostalgia. Pero por ahora tiene que conformarse con trabajar en un kebab de la plaza Mayor y dejar el sueño de abrir una empresa de contabilidad para cuando vuelva algún día a Marruecos. Hace un año que espera que su título en Ciencias Económicas sea homologado en España.

Ella es una de las caras que suben y bajan cada día las escaleras de los cuatro pisos sin ascensor del inmueble número 15 de la calle Sanguino Michel. Allí, a tiro de piedra del parque del Perú, conviven sin problemas ciudadanos de seis nacionalidades distintas --Ecuador, Nigeria, Bolivia, Marruecos, Colombia y de países del Este-- con españoles, la mayor parte viejecitas educadas y amables de renta antigua que no desconfían del periodista cuando se asoman a las ventanas mientras preparan la comida.

"Le llamamos la Torre de Babel porque del edificio sale gente de muchas nacionalidades. Viene pasando así desde hace ocho años. La mayoría son familias, madres con niños, muy educadas", explica el encargado de un taller de Sanguino Michel que disfruta cada día del paisanaje internacional cuando sale a fumarse el cigarrito. Ruth Cuéllar es un ejemplo. Abre la puerta de su casa en la primera planta y recuerda cómo llegó hace tres años de Bolivia. Es feliz con su marido y su hija Inga, de un año, en una vivienda con dos habitaciones, un cuarto de baño y una cocina. La decoración y los muebles del salón son humildes. Paga 200 euros al mes, sin comunidad. "Está muy bien en comparación con otros pisos", dice al recordar uno que tuvo en la calle Hermandad.

Dori, una de las españolas de la comunidad, es vecina de la marroquí Bouchra. Se saludan en una demostración para huir del tópico del rechazo al extranjero. Veterana en el edificio, solo guarda el mal recuerdo de un vecino magrebí al que detuvieron por tráfico de drogas. Con 36.000 de las antiguas pesetas de alquiler --no llega ni a 220 euros-- se vino a vivir a Sanguino Michel por la misma razón que los inmigrantes: el bajo alquiler.

Un hogar internacional

Es mediodía y los niños vuelven del colegio. Un padre con aspecto andino sube las escaleras al ritmo del griterío infantil. Olga Lucía Herrera, una joven colombiana, ya ha respondido en el portal, ensuciado con una sospechosa pintada que contrasta con la limpieza del resto de la calle. Vive con otros compatriotas y lleva siete años trabajando en el servicio doméstico. Bromea cuando se le pregunta por la variedad de nacionalidades del edificio. "Esto parece una oenegé", dice.

A Bouchra se le hace tarde. Con un pañuelo que le cubre la cabeza, tiene que prepararse para trabajar unas horas por la tarde sirviendo bocadillos. En su país hubiera sido imposible que viviera sola sin estar casada. En Sanguino Michel ha creado su hogar con poco dinero para poder ahorrar. El precio se llama humildad.