Aturdido aún el oído interno por las estridencias de la música horrísona y perturbado el ánimo por la evidente constatación de la corrupción de las costumbres, nos fuimos de nuevo al campo en pos del silencio y de la serenidad en la contemplación de las huellas del pasado. Hablando en plata: Que después de lo visto y oído la otra noche en un evento social de ringorrango "cultural", era menester aliviar el ánimo con el pacífico latido de madre Naturaleza. De modo que la del alba sería cuando con nuestros amigos Jugimo y Norbano tomamos la dirección de Las Torres, carretera que dicen de Medellín.

Tan cerca las cosas ¡y tan ignoradas! Las huellas del pasado, a nada que alguno las ayude, pueden darnos muestra de aquellos tiempos perdidos. Cuando la mano ingrata y destructiva del común de los mortales no ha dejado su huella nociva, los restos nos manifiestan su ineluctable encanto. Una simple fuente y una inscripción en la roca.

Hace muchos años, siglos, una breve fuentecilla fue el alivio para la sed de los que frecuentaban aquel paraje, y un cincel, ¿de cantero?, labró en el granito un mensaje curioso que allí mismo puede hoy leerse con toda facilidad: L O C U S C O N S T U S I N C I R C U M P E D E S CL.

Para dar aún más encanto al lugar y también más misterio, en otra peña de granito la invocación a una diosa del pasado. Aun con dificultad, pero allí consta su nombre: LAE A N A E. Luego, al albur de una mañana seca del primer otoño, que nos hurtó el placer de la tierra mojada, merodeamos por un amplio valle del cauce del Salor. ¡Y qué triste y lamentable el espectáculo de un lecho sediento! En la ligera costana de un espeso encinar, Jugimo nos lleva a la contemplación de una prensa de aceite, y se me vienen a las mientes los versos de aquel valentón del soneto de Cervantes: "¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ y que diera un millón por describilla-".

Sillares de granito por doquier no son sino los últimos testigos de un poblamiento de considerable categoría. Hileras de piedras cónicas manifiestan una estructura de considerables dimensiones: ¿una mansión?, ¿un templo?... Al otro lado del lecho agostado del río, tégulas por doquier, y en una pared una estela en la que, presto, Norbano nos vierte al entendimiento: La piedra guarda el recuerdo del joven G. Maillo que se fue al Elíseo con 14 años. Que la tierra te sea leve, Gayo o Cayo Maillo. En fin, hay quien alimenta su intelecto con decibelios ensordecedores y con pantomimas zarrapastrosas ¡Que sea enhorabuena! Nosotros preferimos la vida retirada, la del que huye del mundanal ruido; ya sabéis quien lo dejó en verso.