Hubo un tiempo en el que todo lo que conocían muchos cacereños del Casar de Cáceres era Kinea, hoy este pueblo es conocido en todo el mundo. Los catovis si queríamos degustar la torta del Casar necesitábamos tener un conocido en dicho pueblo que nos la proporcionara pues eran escasas y estaban muy solicitadas, de manera que solamente mediante un ‘enchufe’ podías adquirirla con garantías y además se elaboraban en un tiempo determinado.

Un amigo mío, antiguo compañero de la ‘Ponti’ salmantina, pasó por aquí con su familia y le obsequié con tan delicioso manjar con el que continuó su viaje a Córdoba, ciudad donde residía. Pasado el tiempo volvimos a vernos y al preguntarle por la torta me dijo que al llegar a su ciudad estaba estropeada por el calor pues se había deshecho así que decidieron tirarla. A mí me pareció un pecado gordísimo.

Algo parecido les sucedía a quienes, ignorantes de las cualidades de la torta, contemplaban el escaparate de una charcutería que había en la calle san Pedro en el que lucían diversas viandas entre las que destacaba una torta reventada desparramando su contenido por toda la superficie. Los mirones pensaban que se debía al calor del sol que se desplomaba ardiendo sobre la fachada del establecimiento.

Poco a poco la fama de la torta se expandió por todas partes y los casareños se pusieron manos a la obra para aprovechar los adelantos científicos y técnicos de manera que les reportaran mayor rendimiento económico a su delicia y la hicieran posible en cualquier tiempo y en cantidades masivas, lo que dio lugar a la industria que hoy es señera en el lugar. A mí me ha venido muy bien, pues cuando quiero dar muestras de amistad o agradecer algún favor, ofrezco como regalo una torta del Casar. Y si hace unos años era necesario dar alguna explicación sobre su conservación y degustación, hoy me la ahorro pues todo el mundo la conoce e incluso la ha degustado en algún restaurante, porque suele ser un postre o un aperitivo muy demandado. Que aproveche.