TJtuan, tras 20 años en la misma empresa, se encuentra en el paro con 48 años y pronto dejará de percibir la prestación. Eloísa, su mujer, limpia por horas, sin contrato, a la vez que atiende a su madre enferma. David, el hijo mayor, ha dejado la universidad al recortarle la beca. Ana, la segunda hija, está pendiente del móvil por si la llaman para cubrir alguna baja. Y Tamara, la tercera hija, estudia 3º ESO y falta bastante a clase para cuidar de su sobrina de 2 años.

Con esta historia comienza el comunicado conjunto de la HOAC y la JOC, movimientos obreros católicos, para el uno de mayo, Día Internacional del Trabajo, celebrado ayer. Nos recuerdan, además, que, como Juan, Eloísa, David, Ana- hoy hay en nuestro país cuatro millones de personas paradas, y uno y medio de familias que tienen a todos sus miembros en paro. El trabajo ha pasado de ser un bien para la vida a ser un instrumento para la producción. No se nos puede olvidar que la persona debe ser y estar en el centro de la actividad económica, de la política, de las relaciones laborales, del trabajo. Tenemos que exigir a los políticos, gobernantes y poderes económicos unos derechos que son básicos: El derecho al trabajo, a una justa remuneración, a horarios y condiciones que permitan el adecuado desarrollo de la vida personal, familiar y social; a un ambiente de trabajo saludable; a prestaciones sociales y al descanso; el derecho de reunión y de asociación.

El trabajo es esencial para la vida de las personas, porque ayuda a construir nuestra humanidad. A través de él desarrollamos y expandimos nuestras capacidades y cualidades, y podemos aportar lo mejor de nosotros para la construcción de la sociedad en la que vivimos. El trabajo está "en función del hombre" y no el hombre "en función del trabajo" (Juan Pablo II, Laborem exercens, 6). El trabajo es para la vida.