Alonso Labrador era un policía armada natural de Conquista de la Sierra que se casó con Matilde Hernández, una jovencita que aunque circunstancialmente nacida en Ayamonte procedía de Jaraicejo. La pareja tuvo cuatro hijos: Angel, Pedro, Mari Carmen y Pilar.

El matrimonio se conoció en Madroñera, localidad a la que destinaron a Alonso y en la que Matilde vivió unos años porque su padre, que era guardia civil, trabajaba allí. Alonso estuvo un tiempo residiendo en Madrid, pero le tiraba la tierra, así que cuando salió un destino en Cáceres no lo dudó y se vino a la ciudad.

El cuartel de la policía estaba en Virgen de la Montaña. Allí trabajaba Alonso con otros buenos compañeros como Felicísimo Nieto, Daniel, Francisco Sendín, Pepe Zaba y muchos más. Alonso y Matilde vivían en el barrio de Busquet, donde residía un taxista al que llamaban El Curina , que apadrinó a Mari Carmen, una de las hijas del matrimonio. Al poco tiempo la familia se trasladó a Peña Aguda, a una casa de la calle García Plata de Osma que era precisamente del Curina. Era aquella una casa preciosa, con un patio detrás que tenía un naranjo y un limonero. Cuando los hijos del Curina empezaron a casarse, los Labrador abandonaron la vivienda y se marcharon al número 3 de la calle Ecuador, a unos pisos que promovió el obispo Llopis Ivorra.

El de Llopis era un tercer piso con vistas a la carretera, de 70 metros cuadrados y tres dormitorios, un salón, una cocina, un baño y una terraza muy bonita. Vivía en el barrio muy buena gente, como un maestro de Obras casado con Jacinta, o el señor Borrega, el señor Manuel Novillo Bravo, que trabajaba en el Banco Hispanoamericano, y Encarna, que su marido trabajaba en El Paraíso, que era una tienda de telas de Pintores.

Mari Carmen, la hija de los Labrador, era amiga de Mari Luz Nieto, de Pepi, de Sofi, de otra Mari Luz... que todas vivían en el barrio. Fue una infancia feliz, de la mano de unos padres sacrificados que daban todo por sus hijos. Mari Carmen estudió en el Paideuterion femenino que estaba en La Conce y luego hizo hasta 3º de Bachillerato en El Brocense porque en mitad de su camino un buen día se cruzaría la costura.

Todo empezó un verano en que la madre de Mari Carmen le dijo que era bueno que durante las vacaciones las niñas aprendieran a coser. Mari Carmen tenía 11 años y aquello le gustó tanto que definitivamente definió su vocación. Comenzó en un taller que estaba en la carretera de Llopis, muy cerca de las hornos de la cal, hasta que al año siguiente, Loli, la vecina de abajo, le dijo que su cuñada necesitaba niñas para un taller que tenía en la calle Peñas. Aquel taller era de Isabelita, casada con José y madre de tres hijas, entonces una mujer joven, guapísima, gran profesional y mejor persona. La casa de Isabelita era un palacete antiguo situado muy cerca de la Audiencia. Una de las plantas de aquella casa enorme estaba destinada exclusivamente al taller: con su sala de espera, su sala para cortar, su sala para coser, su sala para probar...

Junto a Mari Carmen, formaban parte del taller Pepi, Julia, Dioni, Mari Ollero y Felipa, a la que todos llamaban Feli. Isabelita las enseñaba y todas aprendían con esmero porque Isabelita tenía mucha clientela, gente muy conocida de Cáceres que se ponían en sus manos con aquellas telas maravillosas que Isabelita traía de Madrid.

Tras un tiempo en aquel taller, Mari Carmen tuvo el deseo de independizarse y a punto estaba cuando la llamaron de la Librería Cabrera, propiedad de Pedro Cabrera y situada en los portales de la plaza Mayor. Mari Carmen fue a sustituir a Chelo, que para entonces ya había montado su negocio en la calle Moret. Mari Carmen tenía 16 años y compatibilizaba su empleo en la librería con los trabajos de costura que le encargaban y que preparaba en su casa, cuando anochecido llegaba de Cabrera.

La librería de Cabrera era muy bonita, típica, antigua, con sus cristaleras pintadas en verde y una trastienda. Tenía mucho trasiego, sobre todo por la mañana temprano cuando los niños, camino de las Damas Apostólicas, se paraban a comprar lápices y gomas de borrar.

En Cabrera también se vendían tarjetas de Navidad, guirnaldas y revistas. En aquel tiempo por Cabrera pasaban muchos niños de los recados porque entonces no era como ahora que hay repartidores que te traen la mercancía a la misma puerta, antes no, antes lo niños de los recados acudían a la estación de autobuses y recogían las revistas que venían en los coches de línea.

A los dos años de estar en Cabrera, Mari Carmen dejó la librería porque la costura ocupaba ya todo su tiempo. En casa, su madre había quitado una habitación para convertirla en taller, allí cosía y probaba Mari Carmen, que llegó a tener gran fama por la confección de trajes de novia. El primero que hizo fue el de su cuñada Ana, casada con su hermano Pedro. A partir de ahí comenzaron a llegar nuevas clientas, enamoradas por la destreza de Mari Carmen: las hermanas Isabel y Rosi, Chiqui, de la peluquería de la calle Argentina y muchas más...

A Mari Carmen le encantaba ese mundo, disfrutaba con los bocetos, con los figurines, con las revistas donde se recogían las últimas tendencias, y luego mucha imaginación casera para que de sus manos salieran auténticas obras de arte en raso, en raso mate, en raso brillo, en chantú, gasa bordada, velos de tul, que el tul lo vendían en El Requeté o en Amado, y los tocados, que había una tienda en Pintores que los hacía muy bonitos, o en Gozalo, o en Mendieta...

Mari Carmen cosía a las hijas y la mujer de don Luis Beato, que era un médico de cabecera, a la familia de los del hotel Iberia, a Marili y su hermana... Hasta el taller también llegaban muchas madres que ponían en manos de Mari Carmen el traje de comunión de sus hijos. Eran tiempos duros para las economías, abundaban las familias numerosas, algunas de 8 o 9 hijos, y Mari Carmen siempre ponía facilidades para los pagos.

Las clientas se encargaban de comprar las telas en Retales Amado, Retales Manolo, el Segundo Requeté... En el taller, junto a Mari Carmen, entraron chicas jóvenes a aprender el oficio: Fefi, su hermana Mari, Pilar... Mari Carmen no escatimaba en horas de trabajo, con la máquina de coser que le regalaron sus padres y que compraron en Singer, que estaba en la esquina de abajo de los portales. También cosa a mano, con tablas para coser que ponían sobre las rodillas en aquel bullicioso taller donde pasó tan felices horas.

Mari Carmen conoció a José Manuel Gómez yendo al instituto. El vivía en Llopis y era hijo de Teresa y de Saluqui, que era encuadernador de la diputación. Vivieron un bello noviazgo. Iban andando de Llopis al Capitol, que ponían muchas películas y era un cine muy bonito, y también paseaban por Cánovas, bueno, y acudían a ver los partidos de fútbol a los bares o a las casas donde había tele porque José Manuel jugaba al fútbol y le gustaba mucho.

La boda

Se casaron en la ermita de la Milagrosa y lo celebraron en el Toledo, que estaba en la avenida de Alemania. Mari Carmen lució un vestido muy bonito que se hizo ella misma. Se fueron de luna de miel a Madrid, pero solo cinco o seis días porque querían comprarse un coche, y se lo compraron: un 600 más chulo que . Se fueron a vivir a la calle Venezuela porque solicitaron un piso de esos que entonces se sorteaban para las parejas jóvenes. Se presentaron 18 parejas y ellos quedaron los segundos.

José Manuel trabajaba con Manolo Collado, que era protésico dental y tenía un laboratorio en la calle José Antonio. A los tres años la pareja se fue a vivir a Médico Sorapán y a los dos años a Juan XXIII, donde José Manuel se hizo autónomo y montó su propio taller protésico en el piso, hasta que compró un local en el 20 de Sanguino Michel, donde sigue trabajando.

Cuando empezaron a llegar los hijos Mari Carmen dejó la costura y, además de ayudar a su marido, veló con mimo por el cuidado de sus cuatro retoños: Carmen, José Manuel, Cristina y Noelia. Ahora tienen seis nietos: Rubén, Carlos, Claudia, Alicia, Marco y Jimena.

Mari Carmen pasa gran parte del tiempo en una preciosa casa de campo que tiene en la Solana de la Montaña, donde ha hecho de una habitación su pequeño taller en el que a modo de hobby desata su talento. Y entre dedales y bobinas una cascada de recuerdos: el costurero de Isabelita, las sesiones del cine Capitol, las gomas de borrar de la librería Cabrera y aquellos trajes de novia salidos de sus manos con los que cumplió en forma de tul el sueño de amor de todas sus clientas.