Nos han dicho que en esto del tren nos van a hacer caso. Que ya no vamos a estar en el vagón de cola, ni a ser una ciudad tercermundista (aunque siempre me ha parecido esa una palabra intolerable aplicada en este primer mundo por aquellos que no han viajado a los confines más inmundos del planeta). Dicho esto, y puesto que vivimos en la presumible sociedad del bienestar y cumplimos escrupulosamente con los deberes ciudadanos, resulta que siguen tomándonos el pelo.

Hace unos días fui a beberme una caña al bar de la estación de Renfe. Me fascinan las estaciones de ferrocarril, porque tienen ese aire romántico, ese punto de escape de la realidad cotidiana, ese deseo de levantar tus piernas, sostener con tu mano la maleta y emprender una nueva aventura. Suelo ir a ver salir y entrar los pocos trenes que nos quedan mientras saboreo la cerveza y echo un vistazo a El Periódico Extremadura. Generalmente me siento en la mesa, junto a la ventana, y allí construyo mi propio universo, mi momento de equilibrio imaginando mil viajes sin moverme de Cáceres.

Pero lo idílico se convirtió en chasco cuando ese mediodía vi llegar a un tren, que más bien me pareció el pico de una cigüeña herida. Abollado por delante, por un lateral, debió haberse dado algún golpe de esos que te das con el coche cuando lo empotras contra el mismo pilar de tu garaje, estratégicamente colocado por la constructora para ganar más plazas y hacer de la cochera una ratonera.

Desconozco qué le habría pasado a ese convoy, cómo nadie reparó en su desgaste, o si reparó miró para otro lado, porque hay muchos gastos, y qué más da la imagen, el decoro y el mantenimiento de la maquinaria en condiciones impecables si al final pagaremos el mismo precio de nuestro billete montándonos en un tren abollado que en otro recién salido de fábrica.

Y ya sé que las vías de la alta velocidad están entrando en Cáceres y llenando portadas mientras escuchamos peroratas de políticos que se jactan de vendernos un tren de magníficas prestaciones. Pero lo cierto es que a mí ese vagón me causó una indefensión, tristeza e impotencia tales que dejé la cerveza a medias y decidí irme al bar Miche, que está en San Francisco, a ver si se me pasaba el quebranto.

Tercios, a 1 euro

El Miche tiene una terraza que en los días soleados se pone hasta la bandera. Con una trayectoria de 47 años, una tercera generación familiar se ocupa de este establecimiento que fundó Juan Zango y cuya especialidad son los pinchos de prueba de cerdo, torreznos, desayunos completos desde 1,30 y tercios de cerveza a 1 euro. Ese día, a mi lado, me percaté de la presencia de dos jóvenes que leían una noticia a través de su teléfono móvil. Una a la otra le decía: «¿Has visto que Salaya sale en ‘El País’?»

Sucede que aquí ya no hablamos, como pasaba en otras legislaturas, del alcalde o la alcaldesa, porque en Cáceres a Salaya lo conocemos por Salaya y no por alcalde, algo que demuestra que la gente lo tiene por cercano.

Su sorpresiva aparición en ‘El País’, que es la biblia del periodismo en España, lo ha dejado bendecido por los dioses. Con el título ‘El milenial que cambió su empresa por la alcaldía’, el periodista Carlos Lema retrata al socialista como el regidor más joven de una capital de provincia. En la foto, firmada por Esteban Martinena, se ve al mandatario municipal de 31 años conversando con una vecina en la cafetería del hotel Alfonso IX, establecimiento que regenta Marcela Manzano.

La crónica recuerda que cuando Luis Salaya era un adolescente consiguió que el Ayuntamiento de Cáceres pusiese un bus nocturno a La Mejostilla, el barrio al que llegó con su familia a los 12 años. Y que hoy no descarta recuperar el servicio que fue posteriormente eliminado.

Lo peor del artículo es lo que dice Juan Carlos Caso, portavoz de la Agrupación Vecinal de Cáceres: «Es un chico que siempre se ha dedicado a los movimientos sociales ecologistas, feministas o LGTBI, pero si lo sacas de ahí aún está muy verde y le falta sensibilidad con el resto de colectivos», lamentando la falta de alternativas a los problemas de accesibilidad de algunas calles. Y ahí viene mi pregunta: ¿acaso es malo representar a los ecologistas, a las feministas, a la diversidad, acaso se contrapone una cosa con la otra; cómo se pueden lanzar este tipo de mensajes por parte de quien se dice representar a todos los vecinos?

Me gusta que Salaya aparezca en medios nacionales porque su aparición supone hablar de Cáceres en España. Solo apuntar que, como el otro día lo escuché poner firme a sus diputados y senadores para que reivindiquen en las cámaras mejoras en las infraestructuras; además de volver a poner en marcha el autobús nocturno de Mejostilla, debería avisar a Renfe para que le dé un manguerazo a sus trenes, varias sesiones de chapa y pintura y, de paso, traiga de una vez por todas el AVE, que para algo José María Aznar, cuando era presidente del Gobierno, ya nos lo prometió en 2002. Llevamos 17 años esperando, ¡qué despropósito!

Y como no quiero acabar con este mal sabor de boca, homenajeemos a Jesús Sansón y María del Carmen García Álvarez, que regentaron el mítico Mesón El Extremeño en la plaza y que acaban de celebrar sus 50 años de casados. Enhorabuena. Por cierto, ¿han ido al FanBar, en Doctor Fleming?, pues sepan que nada hay mejor para acabar la noche y que se te pase el cabreo ferroviario en un suspiro.