Hoy, un muerto. Mañana, 4, el jueves, 5, el viernes, 3... y frente a la lápida solo tres familiares para decir adiós. Miguel Ángel Muriel Caballero lleva 25 años trabajando en el cementerio de Cáceres, tres de ellos como encargado. Nunca ha visto nada igual. Y eso que él está curtido frente al dolor. El coronavirus no distingue a pobres ni a ricos, todos forman parte de unas cifras, de unos números a los que no les está permitido el duelo.

«En estos momentos en que salimos a los balcones a aplaudir a nuestros héroes, tampoco nos olvidamos de otros héroes, los trabajadores del cementerio que día a día dan la cara», dice el concejal Andrés Licerán, que conoce el drama que arroja el camposanto.

«Esa última despedida era hasta ahora la importante; cuando te das cuenta de que es el final, de que no hay más», dice Miguel Ángel. «Pero ya no hay misas ni puedes velar a tus muertos. No hay último adiós. No puedes abrazar. No hay consuelo». El empleado sufre de lleno en la batalla. «Vamos a tener duelos que serán muy largos en el tiempo. Será lo peor».

En el cementerio trabajan ocho peones y tres personas en las oficinas, incluyendo a Miguel Ángel. Ellos se encargan de sepultar a la mayoría de los cuerpos que llegan hasta aquí; es un trabajo de mucha responsabilidad porque tienen los restos de familiares de toda la ciudad en sus manos, y por eso los tratan como si fueran suyos. Es hermoso, y justo, mimar a los muertos. Así que estos empleados forman parte del dormido relato de más de dos siglos de la historia de Cáceres, que comenzó en el año 1843 cuando se inauguró el camposanto.

Panteones, mausoleos, nichos y tumbas, algunas sin nombre ni recuerdo, porque incluso a la hora de morir no somos todos iguales. En el suelo, la plebe; en los nichos, la clase media-alta; en panteones y mausoleos, las familias más adineradas.

Aquí están los marqueses de Castro-Serna; aquella adolescente de 15 años muerta durante el bombardeo de 1937; Juana Elguezabal Leguinazabal, promotora del teatro Variedades, que albergó el primer cinematógrafo de Cáceres y acogió mítines políticos, o Juan Durán de Figueroa e Isabel Vaca; fundadores del convento de la Concepción, que fueron los primeros cacereños en ser enterrados en este espacio lleno de millones de energías y cuya lápida todavía se conserva a escasos metros de la entrada. Si tus pasos son curiosos te llevarán, inevitablemente, al ‘limbo’, donde reposan los niños recién nacidos y que no llegaron a ver la luz más de un día.

«A eso nunca me acostumbré. A enterrar a los niños», suspira Miguel Ángel cuando recuerda sus inicios en este duro oficio. Ahora los turnos están muy delimitados porque los riegos son mayores. «Todavía los enterramientos se están conteniendo», asegura ante las cifras. Efectivamente nadie puede vaticinar qué ocurrirá dentro de unos días, pero el encargado del camposanto piensa que esta situación se prolongará en el tiempo.

«Se están produciendo más incineraciones. El crematorio está en marcha continuamente. Los ritos funerarios y la vida en general van a cambiar mucho».

Ante este panorama, los trabajadores del cementerio no ocultan su preocupación, «más inquietud que miedo», dicen ellos. «Están nuestros hijos, nuestras mujeres, nuestros nietos. El miedo es libre y siempre existe a algún contagio, sobre todo con este trabajo que nos está tocando desempeñar».

Por eso todas las medidas de control están activadas y se extreman en la exhumación de cadáveres. Los empleados portan monos desechables integrales y especiales para riesgos biológicos, iguales a los que se utilizaron en Galicia durante la crisis del chapapote. A ello se une una máscara con filtro y guantes de mitrilo de media manga que llegan hasta el codo y que son anticorrosivos.

Entretanto, el gobierno municipal de Cáceres ya ha encargado por vía de urgencia las obras de construcción de 218 nuevos nichos que seguramente estarán listos en menos de tres meses.

"Los trabajadores del cementerio están teniendo, además, que ejercer de verdaderos psicólogos con los familiares en una situación de duelo tan dramática, superando su propio temor al contagio y con una indudable vocación de servicio público», recuerda el concejal cacereño, que valora la dedicación.

May acaba de perder a su padre. Al enterramiento solo fueron los tres hermanos. La madre tuvo que quedarse en casa. En la lápida: ‘Tu familia no te olvida’. No hay flores, ni oraciones. Solo silencio. El padre de May es una cifra más que se suma a la hecatombe.

Ayer por la tarde, en las ventanas de su edificio en el barrio de Nuevo Cáceres, sus vecinos alzaron los brazos mientras no dejaba de sonar el ‘Resistire’. May se abrazaba a Pepa y a sus dos mellizos. Lloraban.

Mientras, en el cementerio, permiten la entrada al fotógrafo de este diario para captar el momento en el que los trabajadores se afanan en la exhumación de unos huesos. Cae la tarde. Todo está listo para mañana. Frente al nicho solo habrá tres lágrimas.