Uno de los nuevos partidos políticos -germinado recientemente en los restos, ya algo descompuestos, de las viejas ideologías dictatoriales- han dado “Vox” en sus consignas y programas a aquellos antiguos discursos que estuvieron muy en boga durante la II República en boca de los también nuevos movimientos, como las Juntas de Defensa Nacional Sindicalista; la Confederación de Derechas Autónomas, Falange Española, Acción Española, etcétera. Consignas y programas que entonces se vocearon como dogmas de odio y represión violenta contra el comunismo, el ateísmo y la masonería. Como en Italia las voceó el fascismo y en Alemania el nacional socialismo con los mismos propósitos.

Contra todo y contra todos los que pensaran, los que escribieran sobre la paz y la integración social o contra los que militasen en organizaciones obreras; como las Trece Rosas, jóvenes fusiladas en 1939 -ya acabada la Guerra Civil- por ser militantes de UGT; condenadas por orden del Gobernador Militar de Madrid, de desdichado renombre.

Aunque, para ser precisos, todos estos discursos y proclamas que hoy vuelven a resonar en mítines y declaraciones de Vox y sus adláteres, solo son los tufos malolientes de textos muy anteriores, procedentes de la terrible década de los años 20; cuando en la lacerada y arrasada Europa surgieran los fanatismos nacionalistas, racistas, exclusivistas y autoritarios que dieron lugar a movimientos cerrados y violentos, y a una nueva Guerra Mundial que arrasó naciones, ciudades y cerebros del Viejo Continente.

Los malos olores desaparecieron -parcialmente- en la difícil paz de 1945; en San Francisco con la Organización de Naciones Unidas y, sobre todo, con la Guerra Fría. Pero los tufos más profundos y desagradables se encastraron en las membranas pituitarias de la mayoría de los españoles y en sus estrechas cortezas cerebrales para renacer de vez en cuando y apestar el ambiente político del País; siempre soñando con una verdadera democracia que nunca termina de cuajar.

Especialmente, durante los últimos cuarenta años -desde la Transición hasta ahora- estos hedores de corrupción y descomposición no han dejado de atufar la vida política de muchos sectores de ciudadanos -los más cerriles y conservadores- que no aciertan a desprenderse de un catolicismo radical e inflexible, de un autoritarismo cuartelero que nunca superaron; del analfabetismo intelectual más pertinaz de la vieja España rural ni del “casticismo” social, casi medieval; por el cual en nuestro País pervivían las castas, los privilegios y las posturas egocéntricas del ‘Ud. no sabe con quién está hablando’ tan denostadas por los escritores y pensadores del 98.

En un ambiente tan pestilente y poco perfumado por aires limpios, era muy difícil que floreciera una democracia y que la mayoría de los ciudadanos aceptasen un aire más sutil y trasparente. Fraga Iribarne ya lo había dicho: “¡España es diferente!”, y todas sus manifestaciones deberán ser diferentes al resto del mundo. Por eso, con otros cuantos Ministros del Régimen y del Movimiento, fundarían la Alianza Popular que, a pesar de su nombre, tuvo muy poco de alianza y menos aún de popular o democrática.

Actualmente, sectores inconexos de Ciudadanos y de populares han adoptado los mismos programas y consignas de los voxeros de entonces, y los perfumes de estos viejos tufos ya se han encastrado en algunas comunidades autónomas y en varios Ayuntamientos, donde comienzan a aparecer vetos, prohibiciones, censuras, fronteras sociales e intelectuales que amenazan seriamente las libertades y conquistas de nuestra Constitución. Lo curioso es que esta triple alianza, tan semejante al fascismo en sus manifestaciones gubernativas, se autodenomine partidos constitucionales, frente a los que respetan la Constitución plenamente, con su integración y su libertad.