Por desgracia --y por el impulso avariento de ciertos propietarios urbanos poco escrupulosos-- el ‘turismo’, que empezó siendo una actividad cultural de convivencia entre diversas gentes y naciones, y una actividad económica que fomentaba los intercambios y el aprendizaje de idiomas; se ha convertido en nuestros días en la primera ‘industria nacional’, que está causando graves deterioros en la convivencia vecinal de algunos barrios urbanos; causa de broncas y agresiones protagonizadas por ‘turistas’ borrachos, y en el fomento desbocado de estafas, fraudes, evasión de impuestos y de disensiones sociales y económicas. Aparte del deterioro medioambiental por la acumulación de basuras y despojos de juergas nocturnas, que ensucian, sobre todo, a las ciudades que lo padecen.

Todavía recuerdo, de mi lejana juventud de los años cincuenta, cuando por España sólo aparecían algunos franceses --despistados y aventureros-- que venían a visitarnos, y a conocer los ‘pintoresquismos’, atrasos, ignorancias y costumbres atávicas en las que aún vivíamos los españoles; junto a las ruinas materiales y morales que aún quedaban después de la guerra y de la Dictadura. Mi curiosidad de entonces se acrecentaba por el hecho de que toda mi familia éramos franceses, mi padre y mis hermanos mayores hablaban con cierta soltura el idioma, y los primeros visitantes de la monumentalidad abulense querían enterarse de primera mano de sus peculiaridades históricas. Por eso preguntaban por nuestro domicilio: una inmensa casa con jardín, varios pabellones y muchas habitaciones en las que podían alojarse. Mejor que en un frío hotel de los de entonces, pues en Ávila, solo había dos de escasa capacidad, en la calle ‘Generalísimo Franco’, y en los aledaños de la Catedral.

Aquel turismo incipiente era un turismo de acendrada educación y cuidada limpieza.

Llegaron a Ávila varias familias francesas; luego, también, inglesas e italianas. Vinieron posteriormente estudiantes de español y de arte --jóvenes y mayores-- que además de fomentar las buenas maneras y la comprensión entre la gente, este turismo dejaba bastantes beneficios y nos animaba a conocer y viajar por Europa. La lejana Europa que todavía no admitía a España en el Mercado Común.

En los años sesenta --que ya recuerdo con gran nitidez-- la hostelería y la emigración de trabajadores a los países de la CEE, se convirtieron en los ‘ejes’ que dinamizaron la economía, cerrada y autárquica, del ‘franquismo’. La hostelería turística iba convirtiendo a España en uno de los países más visitados del Mundo; por lo que capacitó a nuestro gobierno a iniciar grandes ‘planes de desarrollo’, a ubicar numerosos ‘polos de desarrollo industrial’ en varias ciudades y llevar a cabo transformaciones agro ganaderas de calidad -el Plan Badajoz, por ejemplo-- ante las que se abrieron los ‘mercados libres’ --siempre tan exclusivos y cerrados-- de los estados democráticos.

Todo fue fruto de la honradez, de la limpieza, del prestigio y adecuación de nuestras playas, de nuestras ciudades monumentales, de la riqueza patrimonial de unos pueblos limpios, tranquilos, educados y amables con todos los visitantes. Incluso de la amabilidad de los empleados de hoteles, restaurantes, bares u oficinas de ‘Turismo’ que se esmeraban al máximo, espacialmente con los extranjeros, para que se encontrasen ‘como en casa’, cuando nos visitaban.

Todo esto ha cambiado desgraciadamente. El ‘turismo’ rampante que se hace ahora, es de ‘juerga y basura’; de ‘balconing’, de ‘borrachera y ruido’, de alquiler a los visitantes de habitaciones mínimas, de camas, y hasta de cajas de zapatos, cobrándoles precios abusivos, para sacar el máximo rendimiento.

¡Ya se parece más a ‘invasiones anuales de los bárbaros’ que a una ordenada convivencia entre los pueblos! Con peleas callejeras, engaños, ‘trilerías’ y ‘tirones’ que vuelven a ensuciar la fama de los españoles y su honorabilidad como huéspedes.