Debajo del Arco de la Estrella planta Ricarda su mesa. En ella dispone varias cajas, que guardan de las inclemencias del tiempo sus dulces cacereños, coquillos de miel y de azúcar, roscas fritas y de vino. Ella es la repostera, con sus manos mantiene la tradición heredada de recetas añejas. Lleva haciendo lo mismo cuarenta años, a veces varía la ubicación de su puesto, pero el contenido de sus cajas mantiene el sabor de los dulces de siempre.

Por deltante de Ricarda han pasado este puente centenares de turistas, miles más bien, si se tiene en cuenta la afirmación de la Confederación Empresarial de Turismo de Extremadura que asegura que hay cerca de un cien por cien de ocupación hotelera en la capital cacereña este puente de mayo. Sin embargo, parece que estos turistas no son muy de dulces, «aquí vienen guías con cuarenta o cincuenta personas que se paran ahí mismo, delante de mí, y no compra ninguno», asegura la repostera. «Los únicos extranjeros que me compran son los marroquinos, porque estos dulces vienen de los árabes», explica Ricarda, «y aún así, poco».

Esta mujer pequeña y alegre no falta a ninguna de las citas más emblemáticas del calendario festivo tradicional cacereño, «siempre estamos en los Santos Mártires, San Blas y en el Novenario», concreta.

Su clientela son precisamente las personas que acuden a estas citas, «a mí me compran los que vienen a ver a la Virgen de la Montaña todos los años», afirma rotunda Ricarda, «la gente me conoce y si no estoy yo, no compra». En el momento que dice estas palabras, llega una pareja de cacereños que han ido a ver a la virgen y corroboran la versión de Ricarda, «yo le compro siempre», afirma Alicia, mientras pregunta, «¿a cuánto están?» «Cinco euros la media docena», contesta la vendedora.

Ricarda busca una explicación a la falta de interés de los turistas por lo dulces, «hombre, a veces viene alguno y compra uno, pero yo creo que como están en los hoteles, pues no querrán llevarlos allí», concluye, mientras atiende a otro cliente cacereño.