Una vez más el informe PISA coloca a la educación de Extremadura en los últimos lugares. Este suspenso no se le otorga solamente a la comunidad educativa sino que debe repartirse entre todos los extremeños porque le educación no es una isla separada de todo lo demás sino la parte más importante y decisiva de una sociedad que pone de manifiesto sus valores e inquietudes.

Un somero análisis de las naciones y regiones que mejor valoración obtienen pone de manifiesto, en primer lugar, que no es imprescindible aumentar el gasto por alumno sino optimizar los recursos, cosa que aquí no se ha hecho pues se han dilapidado enormes cantidades en material que permanece sin abrir en los laboratorios y bibliotecas, así como en cursos para el profesorado que habilitan para todo pero no capacitan para nada. En segundo lugar, que en esos lugares se respeta y apoya la figura del profesor mientras que por aquí se siente tan desprotegido que parece que solo aspira a jubilarse. Y, finalmente --pero sobre todo--, que se educa en el esfuerzo mientras que la sociedad extremeña parece instalada en la conocida cultura del ‘todo regalado’. Si además, a ello añadimos que se ha llenado el currículo de asignaturas y contenidos esperpénticos, sin contenido educativo alguno, no podrá extrañar que las asignaturas fundamentales hayan pasado a ser consideradas como ‘marías’.

Y menos mal que PISA no evalúa la educación cívica. Es una incongruencia que un profesor de secundaria no estudie en toda su carrera ni una letra de pedagogía y mayor aún que no se le forme en la dinámica de grupos. Por el contrario, acabada su carrera y, ya de interino o de funcionario de carrera, es adscrito a un centro sin que nadie le guíe ni aconseje. A la vez se ha publicado una estadística con la que nos enteramos que han aumentado las horas de escolarización como si de ahí se dedujera una mejoría en la educación. Es como si vas a ver corridas de toros cien veces y piensas que vas a salir sin miedo a ponerte ante un astado y sabiendo torear.