Parece una reunión de adolescentes: un grupo de amigas que quedan para tomar algo y comienzan a hablar de las clases, de este y aquel profesor, de sus vidas, de dónde van a ir el fin de semana. Pero no tienen menos de veinte años, sino algo más. María José Vecino, Inés Márquez, Luisa García, María Antonia Gil, Mercedes Pestana y Rosario superan los sesenta, pero viven una segunda juventud gracias a la universidad, en este caso, de mayores.

Con los hijos criados, la mayoría ya con nietos, casi todas jubiladas y sin ataduras de ningún tipo, decidieron hace dos años iniciar los estudios que ofrece la Universidad de los Mayores de Cáceres. Martes y jueves, de 17.00 a 20.00 horas, se han sentado durante todo este curso que terminó a principios de mayo con otras personas de su edad y, sobre todo, con sus mismas inquietudes, a oír hablar de Arte, Geografía, Historia, Ética o Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras. Pero a diferencia de mucho de los jóvenes que ocupan esos bancos durante la mañana, ellas acuden con una ilusión y un ansia enorme por aprender que hace las delicias de cualquier profesor, «nos dicen que tenemos más interés que los alumnos de la universidad», comenta orgullosa Rosario, mientras todas asienten a su comentario.

Aunque algunas tienen formación superior, como María José que es maestra, Luisa y Rosario, auxiliares de enfermería o María Antonia, auxiliar administrativa, otras no tuvieron la oportunidad cuando tenían, supuestamente, la edad de estudiar, «a mí me ha traído aquí las ganas de aprender», apunta Inés, «desde joven quise ir a la universidad y nunca pude». Hasta ahora.

Estos estudios no implican exámenes ni evaluaciones, simplemente, el placer de aprender. La Universidad de los Mayores ofrece cinco cursos y luego un posgrado. Las amigas se interrumpen unas a otras cuando se trata de hablar de sus asignaturas favoritas, «nos hemos enterado de un montón de cosas que no sabíamos», afirma Rosario; «y los profesores se preparan mucho las clases», añade María José.

Pero si el aprender es uno de los alicientes de acudir dos veces por semana a las clases, estas cinco mujeres han encontrado uno más inesperado, un grupo de amigas. Como si fueran adolescentes, tienen su grupo de whatsapp y hacen muchas cosas más juntas que ir a la universidad, como tomar café después de las clases, salir los fines de semana o hacer viajes, «menos hablar de cotilleos, de todo», dice Mercedes.

A pesar de sus diferencias, las cinco son una piña y coinciden en señalar que acudir a la Universidad de Mayores les ha ayudado a vencer la pereza de dejar el sofá de casa cuando ya no se tienen obligaciones, «te animas a salir, conoces gente, te mueves en otras cosas», explica Luisa, «además de recordar cosas que ya no recordabas», concluye. María Antonia incide en la misma idea, «yo estoy encantada de estar aquí, porque me obliga a salir y no quedarme viendo la televisión, cuando no estoy en clase, me falta algo». Y las demás asienten. «A mí lo que me ha aportado es cultura y un grupo de amigas», resume María José. «Mi afán de siempre era poder estudiar, necesitaba ir a la universidad y este grupo me ha dado la vida», concluye Inés. Rosario y Mercedes coinciden también, «es una motivación».

Todas animan a otros mayores a matricularse en esta universidad, una entidad que ha devuelto la juventud y acercado la cultura a muchas personas y que recibió en 2011 el máximo reconocimiento de esta comunidad con la Medalla de Extremadura. «Cuando terminas de trabajar, tienes que cubrir ese tiempo, porque estás acostumbrada toda la vida a trabajar, por eso te apuntas a todas las cosas y luego te quedas con lo que más te gusta», comenta Rosario. Por contra, muchas personas mayores acaban encerradas en casa, sin saber qué hacer cuando acaba la vida laboral y los hijos ya están criados, «por eso, ir a las clases es como una terapia», sentencia Rosario.

Y tras hablar de la Universidad y de cómo les ha cambiado la vida, continúan con su charla, donde mezclan política, anécdotas de sus nietos o ultiman los detalles de su próximo plan.