Martín Márquez tenía muchos oficios, uno de ellos era la recogida de trapos en un carrillo de mano con el que recorría la ciudad y a veces llegaba incluso hasta el Casar. Pero el oficio más conocido de Martín era el de frutero. Martín tenía su puesto en el mercado del Foro de los Balbos de la plaza cuando la plaza era el hervidero comercial de la capital.

Martín se casó con Vicenta Caldito, que era ama de casa y que cuidó con esfuerzo y tesón a sus seis hijos: Aureliano, Gonzalo, Román, Santi, Agustina y Jacoba. El matrimonio vivía en la calle Peñas y allí se crió Jacoba, que de pequeña jugaba a la cuerda, al veo veo, al burro... con Pura, con los hijos de la señora Romana, con Juani la del Toledo, con Manoli Salgado... Se juntaban en la plazuela de San Blas en los años en que todos los niños iban a la escuela del Madruelo, todos menos Jacoba, que no pisó más escuela que la del mercado.

Allí entró a trabajar Jacoba con tan solo 8 años. Al principio pregonaba la fruta que vendía su padre: "¡¡¡A peseta, a peseta, dos kilos de tomates!!!" , gritaba con brío Jacoba en aquel mercado de tres plantas construido en hierro y hormigón, con su majestuosa escalera central que tenía bolos y un bonito pasamanos. La escalera comunicaba los tres pisos, en el bajo la pescadería, en el principal los carniceros y charcuteros, y arriba los hortelanos: los Rebollo, los de Magdalena, Lorenzo... todos los de la Huerta de la Madre hasta llegar a 50 o más.

Cáceres recuerda aquel edificio siempre húmedo, lleno de ventanas y con mucha luz en el que hacía tanto frío. Los sótanos servían para almacenar la carne y el pescado, que se guardaba en cajas repletas de hielo. Un mercado bullicioso, con sus inolvidables Navidades, cuando los tenderos llegaban cargados de pollos, gansos y pavos, que campaban en sus jaulas en espera de alguna olla caritativa.

En los puestos había anís y coñac para calentar las gargantas. Fuera, en las Piñuelas, los hortelanos ataban sus burros cuando por la mañana llegaban con sus alforjas cargadas de hortalizas. Luego las descargaban y volvían a la huerta, hasta que a mediodía regresaban al mercado en busca de la mercancía sobrante.

Jacoba tenía su puesto al lado del de Juan, el de la Joyería Jambor, de Manolo Brías, de Tate, la de Puri Mozo, de La Presenta, que era muy conocida en Cáceres, de Dioni, del señor Iglesias y el señor García, que eran guardias civiles retirados que luego se pusieron a vender fruta.

El puesto de Jacoba medía 3 metros, era un tablero con dos burrillas sobre el que colocaba toda la fruta. Cada mañana, con la ayuda de su hermano Gonzalo, que trabajaba en El Siglo, Jacoba sacaba sus 40 bultos cargados con los artículos que adquirían en los almacenes de los Gómez, que estaba en El Perú, y de los Sánchez, que estaba en la calle Moro. En sus banastas, Jacoba esparcía la uva, los tomates de Miajadas (que comérselos era una alegría), las peras de cristal, las cerezas...

Cuando a Martín le diagnosticaron problemas de hígado, Jacoba se quedó con el puesto de frutas y su padre abrió una panadería que se abastecía de los hornos de la señora Romualda y de los Márquez, que tenían sucursales en Camino Llano y la plaza de Italia.

Emprendedora

Jacoba luchó mucho en el mercado. De pequeña se levantaba con su padre a las tres de la mañana para coger los primeros puestos. La jornada se alargaba hasta las 3 de la tarde. De vuelta a casa ayudaba a su madre, luego acudía a los almacenes a seleccionar el género del día siguiente.

Durante muchos años los puestos del mercado también permanecieron en la calle, en pleno Foro de los Balbos, hasta que el alcalde Díaz de Bustamante dio órdenes de que solo podía venderse dentro. Después se derribó el edificio y se construyó uno nuevo en Obispo Galarza, donde Jacoba se jubiló a los 65 años.

Jacoba, emprendedora como pocas, tenía grandes clientas: Mari Carmen Vázquez, la del cine Capitol, la señora Vicenta, que era mujer de Estellés, la señorita Mari Luz, de Mirón...

Si de joven querías encontrar a Jacoba solo tenías que acudir al baile: al Viena, en la calle Pintores, o al selecto Artesanos, que estaba en la plaza y que era para socios. Eran memorables los bailes de Las Candelas, de Nochevieja... Acudían Mariano, los melli de Rojo, Elpidio, Angel el de la Residencia... Siempre había orquestas, en una de ellas estaba uno de los Maganto. Cantaban Dos gardenias de Antonio Machín, y también se atrevían por la Piquer y Carlos Gardel.

Un día, estando con unas amigas en el kiosco Colón, Isidro Rufo Montero, que salía del bar con Arjona, le preguntó: "¿A que no eres capaz de beberte este vaso de vino?" . Ni corta ni perezosa, Jacoba se lo bebió. Así empezó su noviazgo con Isidro, de familia de carniceros de toda la vida, que vivía en la calle Trujillo y que era hijo de la señora Lucía.

Iban al cine Norba, a los jueves de Féminas, al Capitol, donde Sergio Bejarano era acomodador. Allí estrenaron Lo que el viento se llevó , la entrada costaba 12 pesetas y la première en Cáceres fue toda una sensación.

En invierno paseaban por Pintores y por un Cánovas entonces a las afueras lleno de chalets de potentadas familias. Cuando empezaron a circular los primeros coches por el Ensanche, no tardaron en llegar los guardias de los cascos blancos (el más célebre fue uno al que apodaban El caballito blanco ). Ellos se encargaban de regular el tráfico y te multaban con 1 peseta si cruzabas la calle indebidamente.

Un 8 de septiembre llegó Jacoba, radiante, a la iglesia de Santiago. Vestida con un traje que le hizo Mari, la modista, y a bordo del taxi del Curina (que vivía por Las Cancelas), Jacoba se convirtió aquella mañana en la mujer de Isidro. La misa la ofició don Lorenzo y el convite, con paella y filetes, fue en El Patio.

Durante la luna de miel en Madrid Jacoba montó por primera vez en tren, en metro y en tranvía. Madrid le pareció el lugar más paradisiaco del universo: con su Casa de Campo, sus toros, su Gran Vía llena de cines y teatros. El matrimonio fue muy feliz. Tuvieron tres hijas: Mauri, Tenti y Pilar.

Han pasado los años, pero aún hay días que recuerda el bullicioso mercado y sus escalinatas, la voz dulce de su madre, el carrillo de su padre, el tango de Gardel en el Artesanos y aquel viaje a Madrid de principios de septiembre cuando Jacoba, al lado de su amado, descubrió el universo.