Por la zona de paso de las escaleras del Arco de la Estrella, mojada con un sistema de riego para impedir asentamientos, bajan Lola y Pepe. Se dirigen al concierto de Paprika Balnikus, que empieza a sonar en la plaza Mayor. Entre sus primeros acordes, se entremezcla el agradable soniquete de una caja. Es Juan, que sigue el ritmo de los timbales de sus amigos. "No quiero que esto se acabe, pero cada cosa tiene su momento y hay que asumirlo", cuenta, "lo más triste de todo es que durante estos días eres quién eres, sin caretas y la gente te lo demuestra, nadie te pregunta cómo eres, si no quién eres, cuál es tu nombre".

Desde el tercer escalón, se divisa un enorme globo verde que se mueve sin parar de un lado a otro. Es el perro de María Dolores y Bartolomé, que vienen desde Córdoba y Alicante por primera vez. "Le hemos puesto el globo para que no se nos pierda, hoy está a rebosar...". Llevan aquí desde el viernes, "creo que no he visto cosa igual en mi vida, se respira felicidad...", dice Bartolomé mientras inspira profundamente.

A su derecha un niño corre a trompicones hacia un grupo acomodado en el suelo, "quiero eso", dice el pequeño. Se refiere al gorro de Germán, que viene desde Plasencia con Sergio, Adriana y Carlos. "En Womad se acepta todo, tendría que durar más, ¡dos semanas por lo menos!", cuenta Carlos entre risas cómplices con sus compañeros al tiempo que concede al niño su deseo de ponerse su vistoso sombrero. Lucambur e Inbal, de Argentina e Israel, aprovechan el momento culmen del concierto en el escenario principal. La música sube y ellos brincan sin descanso. Les falta el aire, "no quiero hablar, es mejor bailar, sígueme", dice Lucambur.

Nana tiene un puesto en Santa María. Gorros negros, azules, rojos, con plumas, sin ellas,... "Los hago yo". Nana se gana la vida viajando por el mundo. "no sé dónde iré ahora, pero no estoy triste porque esto se acabe, hay que dejar paso... mientras unos vienen, otros van".