Ya en la Roma clásica, el envenenamiento era un conocido método para eliminar adversarios en la búsqueda del poder político y social. Durante nuestra historia se ha seguido utilizando mezclado con otros métodos más expeditivos, más directos, menos glamorosos. Lo que no sabía es que, a día de hoy, con todos los adelantos científicos que permiten determinar hasta qué marca de yogur comió Armstrong el día del Tourmalet, haya quien se aventure a verter gotitas en las comidas de sus supuestos enemigos. El producto en cuestión se llama Colme y se utiliza para deshabituar a los alcohólicos crónicos. Aparentemente, un camarero de una sidrería de Gijón ha estado soltándolo en pequeñas dosis en los alimentos de sus compañeros provocando enfermedades que, posteriormente, desencadenaban sus bajas. Y me da la impresión de que más de uno habrá esbozado una sonrisa comprensiva, dejando entrever cierta complicidad con el camarero asturiano. ¡No me dirá usted que alguna vez no ha deseado, aunque sea un poquito, aunque sea sin llegar a las últimas consecuencias, que ese vecino que le hace la vida imposible, que ese compañero mezquino, prepotente y soberbio que exige para los demás lo que no exige para sí mismo, encontraran la horma de su zapato! ¡Seguro que sí! Mucho más si por un casual, detenta usted algún humilde puesto de responsabilidad deseado-envidiado por otros, razón suficiente, según los discutibles parámetros de determinados sujetos, para extender y mostrar todo el catálogo de mala educación.

No sé qué pensará usted, pero yo creo que algún empleado de Caja Badajoz o de Caja Extremadura por ponerle dos ejemplos bien significativos, habrá asociado la noticia del camarero asturiano con su situación. Y no es para menos porque si usted tuviera que sufrir la incompetencia dolosa y manifiesta de los dos presidentes de las antiguas entidades extremeñas (ahora no sabemos de dónde son) seguramente se hubiera cruzado por su cabeza alguna idea descabellada. Y que, por ejemplo, repartieran su soldada nunca confesada entre los empleados. De esta manera, estaría plenamente vigente aquella frase del Cid : "Oh Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor".