Tras los tres días de luto por la terrible catástrofe del descarrilamiento en Santiago de Compostela, a cuyos familiares de los fallecidos transmito mi más sentido pésame y el de toda la Diócesis de Coria-Cáceres, a la vez que deseo la pronta recuperación de los heridos, permítanme que en esta breve columna recoja, sin embargo, dos fragmentos de lo que el Papa Francisco ha dicho en ese gran acontecimiento que ha supuesto la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. En primer lugar, su discurso en la ceremonia de bienvenida donde, mirando con esperanza hacia el futuro, el Papa dice: "La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo".

"Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio. Esto significa tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación; transmitirle valores duradero; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir".

El segundo momento, en la visita a la comunidad de Varginha: "La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado". "No hay una verdadera promoción del bien común cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, la familia, la educación integral, la salud, la seguridad".

Y a los jóvenes les termina haciendo autores de ese futuro de esperanza: "No dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien".