Los cacereños tienen dos callejeros: el oficial... y luego el auténtico. Porque si un amigo le dice al otro que quedan en la plaza Alférez Provisional, posiblemente se estén buscando todo el día, pero si le dice que quedan en el Caballo, eso ya es otra cosa. Ahí estarán a la hora en punto minuto arriba minuto abajo. Lo mismo ocurre con la calle Alfonso IX. Los menos avezados en direcciones preguntarán dónde está e intentarán comprender con cara de duda que se encuentra al final de Cánovas, en la Biblioteca Pública, arriba de Hacienda... Pero si les dices que «es la calle del Tambo que se quemó» o «es la calle del Tambo de toda la vida», seguro que se aclararán al instante.

Cáceres tiene su propio código para nombrar calles, plazas, avenidas, barrios y hasta edificios. Es una suerte de callejero íntimo, coloquial, catovi, que nombra a las cosas por su nombre y no por el que cierta corporación quiso darle un día. Porque la Cruz, es la Cruz, como mucho la Cruz de los Caídos y ya vamos forzados, pero nada de plaza de América. ¿Quién va a coger un taxi a la parada de plaza de América? Nadie ¿Quién va a coger un taxi a la Cruz? Todos.

Ocurre lo mismo cuando distinguimos entre el paseo de Cánovas y el de Calvo Sotelo. Es verdad que algunos hablan con propiedad, pero seamos francos, la mayoría se refiere al Cánovas de Arriba y al Cánovas de abajo. Del mismo modo, pocos quedan en el Quiosco de la Música y muchos en el Bombo. Y por cierto, la gente no se cansa subiendo la calle Casas de Cotallo, no, ni mucho menos; la gente se cansa subiendo la cuesta del Gran Teatro.

Cáceres es así. Un día se olvidó de todos los que conquistaron el mundo y se quedó con el principal descubridor, a lo mejor por simplificar. Desde entonces, la plaza de los Conquistadores (solo llamada así por quienes viven en ella y por los documentos oficiales) se convirtió en la plaza de Colón. De hecho, todo ocurre en la plaza de Colón y nada en la de Conquistadores, que suena más a Badajoz por eso del Corte Inglés.

Los bares son una referencia prioritaria en Cáceres. ¿Cómo se llama la calle que sube de la plaza del Duque a la plaza Mayor? Muchos saben que es la calle de Extremeño, por ese me-

són de cervezas infinitas en el que generaciones de cacereños bebieron, rieron, cantaron y se enamoraron, por más que el callejero oficial se empeñe en decir que esta pequeña vía se llama también plaza del Duque. Y cerca está la calle del Maestro Sánchez Garrido ¿cuál? La calle del Adarve, así nos entendemos todos, en honor a ese mesón que olía a gambas y a gloria bendita. Luego tenemos la calle de Acuario o la calle que sube de Acuario, que en realidad se llama Clemente Sánchez Ramos. Ahora bien, la calle del bebercio por excelencia ha sido desde hace años la calle de los bares, perpendicular a la plaza Mayor, antes calle Empedrada para muchas generaciones. En definitiva, que su nombre oficial de General Ezponda ha sido el menos exitoso.

Las tiendas también sirven de topónimos. Durante años el lugar de cita no era la confluencia de Cánovas con Virgen de la Montaña, era la esquina de Galet. Tampoco se hablaba del cruce de la avenida de Alemania con Gil Cordero, aquello se conocía sin ninguna duda como la esquina de los Sobrinos (en alusión a la vieja ferretería). Pero la intersección señera por excelencia se encuentra en la plaza del Duque con Muñoz Chaves. Diga lo que diga el callejero, ese punto se llama las Cuatro Esquinas.

Hay para dar y tomar. La calle Hermandad fue muchos años la calle de la Pulmonía por el viento frecuente en la zona. Antonio Silva se convirtió durante décadas en la calle del carnet de identidad. Hoy se sigue tomando el todo por la parte: la calle del Periodista Sánchez Asensio es la calle de los Multicines para muchos de lo que no han cumplido los 30 años.

Luego están las vías que siempre han tenido dos nombres, ambos conocidos y ambos utilizados. Tan difícil es subir con la bicicleta la avenida de las Delicias como la cuesta del Cementerio, y tan complejo resulta aparcar en la avenida Virgen de Guadalupe como en la avenida de las Acacias.

Los barrios no escapan a esta tendencia. Llopis Ivorra siempre fue el Carneril; Antonio Canales (o la plaza de Italia), las Casas Baratas; Hispanoamérica, los Tejados Negros; o la zona de Fátima, Peña Aguda.

Hasta los edificios tienen sus propios nombres en el acervo local. En la avenida de la Bondad está el Piso Azul, en Cánovas el edificio de los Maestros y en Virgen de Guadalupe el edificio de los Médicos. El Residencial El Carmen se conoce como las Torres, y para clásicos el Múltiple, abreviatura de Edificio de Usos Múltiples.

Es posible complicar el tema de los callejeros un poco más. La generación de los mayores tenía otros muchos nombres para otras muchas calles que hoy siguen identificando a su modo. Así, a la popular Moret aún le llaman Cortes, y Alzapiernas se conocía como la Piedad Baja. El primer tramo de Donoso Cortés se denominaba de las Grajas y Sergio Sánchez, la calle de los Carniceros. La plaza de San Juan era la Corredera de San Juan, dividida en Corredera Alta y Corredera Baja.

La actual Muñoz Chaves se dividía en Zapatería Baja (hasta el cruce con Camberos), y Peñas (de ahí hasta San Blas). La actual calle Zapatería (del Socorro al Duque) era entonces Zapatería Alta para distinguirla de la anterior. Pero además estaba Zapatería Nueva, ahora Gabriel y Galán (del Duque a la plaza Mayor). Muchos mayores dominan estas calles imposibles.

Otro clásico: la calle Moros se rebautizó en 1893 como General Margallo pero para muchos nunca cambió de nombre. En esa zona estaba Barrio Nuevo, luego llamada Canalejas y más tarde José Antonio para volver a su denominación inicial.