TItnsultos, descalificaciones indirectas y directas. Nuestros políticos andan enzarzados en una dialéctica fratricida para ver quién obtiene mayores cuotas de poder, si es que eso es a estas alturas posible. Dicen que quieren tender la mano al otro, pero con la única intención de mirar por sus propios intereses partidistas; aquello de mirar por el bien común de todos los ciudadanos, objetivo último del servicio que debería devenir de la política, se deja de lado.

Por otros caminos anda la Iglesia, cuyo deseo de desaparición se ha convertido en la bandera distintiva del progresismo. Como ya he anunciado más de una vez, este año se nos propone un jubileo especial, el de la misericordia, que nos habla de perdón, pero también de amor y cercanía.

Desde su origen, el jubileo era la gran fiesta del gozo de que todo tornase a su ser. O sea, de que cada propiedad volviese a su primer amo. Esto significaba liberar esclavos y devolver tierras y pertenencias, aunque hubiesen sido ganadas justamente o perdidas por mala gestión. Esto recordaría que, si sin nada vinimos y sin nada nos vamos, nada nos pertenece en realidad, pues la tierra es de todos.

En las Jornadas de Pastoral Social celebradas en la parroquia de San Eugenio de Aldea Moret, escuché una frase que debería animarnos a mirar más a las personas que a su posición social o posesiones, y que podría ayudar a hacer realidad el significado del jubileo: "Nadie debería sentir vergüenza de ser pobre, vergüenza debería dar a los ricos permitir la pobreza", por eso "el pobre no nos debe llamar a la pena, sino a la acción".

Menudo jubileo se montaría si los políticos realmente se pusiesen a servir, buscando realmente el bien común, y todos los demás aprendiésemos a compartir de verdad, para que se diese un verdadero reparto equitativo de la riqueza.

¿Iluso? Sí, y misionero de la misericordia.