Arroyo-Malpartida nació como estación ferroviaria a finales del siglo XIX y aunque ya no quedan pasajeros esperando la llegada del tren, los problemas de esta pedanía dependiente del Ayuntamiento de Cáceres siguen en vía muerta. Los vecinos aún aguardan la mejora de sus calles, la presencia de un médico o el arreglo de los pabellones abandonados.

Las casas que pertenecen a Renfe son ocupadas en régimen de alquiler por jubilados de la compañía, particulares o directamente están abandonadas. También hay quienes las utilizan como segundas residencias durante los fines de semana o la época estival. Es el caso de Iván Bellot, un madrileño de 28 años que se instala eventualmente en una vivienda familiar de la barriada.

"Gran parte de las viviendas pertenece a Renfe, y creo que es esta empresa la que debería preocuparse de la mejora y mantenimiento del barrio", declara el joven. Dice no haber tenido nunca problemas con el agua o la electricidad, pero recalca las "malas condiciones" en las que se encuentran algunas viviendas.

Bellot, que trabaja como controlador de calidad, busca alejarse por unos días del bullicio de la capital española. "No quiero que se masifique la zona. Estamos los que tenemos que estar", afirma contundente. Sin embargo, la falta de vecinos se pronuncia más cada verano y el joven reconoce que le da "pena" el éxodo de la población rural. "Las fiestas han sido las más tristonas", añade.

IMPUESTOS A pesar de que en la pedanía residen pocos habitantes, surge el debate. Juan Tato es jubilado de Renfe y, si hay que culpabilizar a alguien, lo tiene claro: "Aunque los políticos se refugien en que el barrio pertenece a Renfe, mis impuestos van a parar al Ayuntamiento de Cáceres", asegura categórico. A sus "setenta y siete primaveras" mira hacia atrás con nostalgia. "A Renfe no le pagábamos nada y se nos prestaba servicios. Profesores, curas e incluso el agua potable nos la traían en ferrocarril", recuerda el anciano, al que le resulta incomprensible que, a pesar de abonar los impuestos correspondientes, estén "tan olvidados".

Cepillo y recogedor en mano, Tato barre su calle. "En verano todo está lleno de rastrojos y en invierno, en cuanto llueve, las calles se convierten en ríos. No hay sumideros". Cansado de encontrarse por los caminos "hierbas, pasto, culebras y sapos", señala el parque que el Psoe ha arreglado con fondos del plan E.

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