Para los ciudadanos del Cáceres de principios del XX, la acogida de un espacio donde poder jugar al denominado por aquel entonces ‘balompié’, supuso una verdadera novedad en una época en la que la explosión de competitividad entre municipios cercanos por tener su propio equipo de fútbol era cada vez más evidente. Ya existían algunos equipos en la ciudad que seguían la senda que aquellos trabajadores ingleses de las minas de Río Tinto habían iniciado años antes. Un Sport Club Cáceres, un modesto Atlético Club Cacereño, y un pequeño club, el Cacereño, que un 8 de abril de 1923, se concertaron entusiastas ante aquel terreno recientemente allanado y cerrado que delimitaba el rectángulo de juego al que pusieron por nombre Cabezarrubia.

Esa porción de tierra, situada en la carretera de Mérida, que no tardó en convertirse en el destino de las largas, y a la vez apasionadas caminatas que los aficionados recorrían con verdadera ilusión para disfrutar jornadas al principio más exhibitivas que futbolísticas, pasó a formar parte de la rutina de muchos admiradores del fútbol, que durante muchos años convivieron y disfrutaron de ese lugar.

Balones de tiento, muros de madera, escaleras que hacían de gradas, y jóvenes futbolistas no necesariamente profesionales, dibujaron un escenario casi familiar, que a menudo estaba conformado por un total de 50 o 60 personas, con excepción de aquellos partidos que se jugaban a nivel regional.

Las imágenes de este mítico campo son la pieza del mes en el Palacio de la Isla. El cronista oficial de Cáceres, Fernando Jiménez Berrocal, explica cómo fue la transición de un campo de tierra, que se convirtió en la casa del fútbol, y que a lo largo de su periodo vigente estuvo sometido a muchas reformas como el paulatino cambio de los muros o la instalación de vestuarios y casetas adaptadas para los jugadores.

Las anécdotas que bañan este lugar, son a día de hoy incontables: «Aún recuerdo aquel Plasencia-Badajoz, en el que los placentinos unas horas antes habían sacado un polémico cartel: ‘La ciudad de Plasencia visitará el próximo domingo al pueblo de Cáceres’; aquello fue un verdadero revuelo, recuerdo el campo de fútbol lleno de policías municipales evitando que los asistentes locales y visitantes se liaran a golpes», explica Ángel Carrasco, expresidente del fútbol Club Cacereño. «Entonces había una preparación muy diferente tanto en las instalaciones como en los propios jugadores que fumaban mucho y no cuidaban demasiado de su salud física», remarca.

La evolución

Con el paso de los años, y como ejemplo de la evolución natural de las necesidades del ‘deporte rey’, pronto necesitó asentarse en la ciudad. Ya se habían dado algunos coletazos de adaptación a otras exigencias entrados los años 50, cuando el Cabezarrubia dejó de ser lugar en el que debutaba el Cacereño, dándole este puesto al campo de la Ciudad Deportiva, que a su vez veinte años más tarde, lo perdió ante el estadio Príncipe Felipe.

A día de hoy, el Cabezarrubia sigue formando parte del recuerdo de muchos aficionados, ya que un espacio público siempre genera un sentimiento de apego difícil de sustituir. No obstante, y a pesar de que estos traslados despertaran un tanto de nostalgia entre los cacereños, la posibilidad de asistir a los partidos en la ciudad y no en el campo, y la mejora en las condiciones de los futbolistas, se antepusieron con razón, al corazón.