Bamboleo, bamboleo, en el tren me mareo... He ahí la canción ferroviaria de moda. Han llegado los trenes TRD R-598 y los ves y alucinas. Te montas en ellos y sientes orgullo ferroviario. Te sientas y disfrutas de lo ergonómico, del aire acondicionado, de los ventanales, de la limpieza... Pero empieza a andar y el chacachá te vuelve loco. Al menos cuando el convoy circula por la provincia de Cáceres.

Y es que las vías que parten de la ciudad feliz son sustancialmente las mismas que veían pasar cada noche, allá por el año 1938, el famoso tren sevillano , que unía toda la zona nacional , desde Sevilla hasta Irún. Y claro, el moderno R-598, que no está hecho para estas antiguallas, tiembla, se encabrita y repiquetea como una taladradora barata.

El látigo de Los Fratres

Hasta el río Tajo, como las vías son de 1971, cuando se inauguró la variante de Casar de Cáceres, el R-598 se pone vertiginoso y alcanza los 160 kilómetros, pero te deja la espalda molida: la experiencia de cruzar Las Capellanías a toda velocidad y dando saltos sólo se puede comparar con los mejores tiempos del látigo que venía al ferial de Los Fratres allá por los años 70.

Después, el viaje se tranquiliza hasta Plasencia. O sea, va a 40-50 por hora y no hay problemas de bamboleo. No he seguido viaje hasta Madrid, pero unas amigas periodistas de la ciudad del Jerte me han comentado que por La Bazagona, retorna el baile de San Vito y aquello es un sinvivir.

De todas maneras, donde esté el tren que se quiten los demás medios de transporte. Así que la otra tarde me monté en el R-598 y me fui a Badajoz a comprar discos, que ya se sabe que en la ciudad feliz no encuentras ni la Novena de Beethoven. Salí después de comer y no eché la pota (manera moderna de vomitar) porque hasta Mérida extendí el sillón y cerré los ojos para combatir el vaivén.

¡Qué sufrimiento de tren! Para acá, para allá, para acullá. Salvo por la recta inmensa de Aldea del Cano, que coge los 100 por hora, el resto del viaje hasta Mérida es un angustioso y lentísimo bamboleo de una hora de duración que te arruga el estómago y te deja hecho un guiñapo. Pero eso sí, a partir de Mérida es una delicia.

Pasado Aljucén, el R-598 coge una velocidad constante de 156 kilómetros a la hora y además circula suavísimo, sin un sobresalto, sin un meneo... Como la seda. Es un viaje de placer y además, llegas a Badajoz en media hora y con 10 minutos de adelanto.

Cruzas La Garrovilla como una centella, llegas a Montijo en un pispás y a medida que avanzas te vas haciendo preguntas. ¿Por qué las vías de Cáceres se encuentran en un estado tan lamentable a pesar de que la estación de la ciudad feliz es la que mueve más viajeros de Extremadura? ¿Por qué se va a comenzar la construcción de las vías del Ave entre Badajoz y Mérida si por ahí ya puede circular el tren a velocidades decentes y modernas mientras que entre Cáceres y Mérida se mueve con la parsimonia y la incomodidad de una diligencia defectuosa?

A los vecinos de la ciudad feliz nos acusan a veces de provincianos y de hacer comparaciones insolidarias, pero yo creo que lo que somos es tontos. Como me decía Felipe Criado la otra mañana, Cáceres no es la ciudad feliz , es la ciudad del limbo: vivimos en un paraíso imaginario y estamos tan encantados de habernos conocido que todo nos parece bien.

Y en éstas llegué a Badajoz, compré la música que no puedo comprar en Cáceres, tomé un pastel, bebí un refresco, paseé por Menacho y volví en el tren de dos velocidades. Por cierto, el pastel estaba peor que los de Cáceres y es que en la ciudad feliz , en industria y comunicaciones no nos comemos una rosca, pero en cuestión de pasteles, minucias y fruslerías somos los mejores.