Hace unos días he recibido un pequeño libro titulado «La ruta de los viajeros extranjeros a su paso por Extremadura», obra que nos aproxima a las impresiones que los cronistas de los caminos dejaron sobre una tierra inédita, lejana, diferente y un tanto exótica, debido a la escasez de información que se tenía sobre esta parte de la Península Ibérica. Un libro que me recuerda al viaje realizado por Antonio Ponz en el siglo XVIII, cuando publica su « Viage de España» o al magnífico trabajo publicado en 1990 por Mª Dolores Maestre que con el título de « Doce viajes por Extremadura: ( en los libros de viajeros ingleses desde 1760 a 1843» nos aproximó a las opiniones de estos viajeros sobre los caminos, las posadas, la alimentación, los monumentos y la gente de a pie de Extremadura. Aunque hay que matizar que la mayor parte de la ruta seguida por estos cronistas era el Camino Real que unía Madrid con Lisboa, por lo que son múltiples las descripciones que se hacen de las localidades extremeñas que estaban situadas en esta vía de comunicación en su trayecto extremeño, desde Navalmoral hasta Badajoz, siendo pocos los viajeros que se apartan de ese recorrido para internarse en villas como Cáceres, fuera de ese circuito y muchas veces ajena al interés de esos viajeros. De ello queda constancia Ponz cuando escribe que «La despoblación de Extremadura y la pobreza de su gente popular, son causa que el pasajero, que se aparta un poco del camino real, apenas encuentra posadas en que recogerse».

Alexander Laborde, un francés de origen noble, visita Cáceres en 1811, durante la Guerra de la Independencia, subrayando que el mayor monumento de la villa es una estatua de mármol ubicada en la Plaza Mayor, delante del viejo ayuntamiento, conocida popularmente como diosa Ceres, de la que escribe que «La pose es bella, el ajuste de un buen estilo y el trabajo de una actuación notable», gracias a Laborde hoy tenemos el único documento gráfico sobre la fachada de la antigua Casa Consistorial, debido a un grabado realizado de esa escultura por este insigne viajero y arqueólogo, entre otras muchas cualidades. Aunque no todos los que llegan a Cáceres se llevan una grata impresión. Para Henry O´Shea, viajero de origen irlandés que visitó la ciudad hacia 1860, «Cáceres, por su situación apartada y por la falta de carreteras, se halla en un rincón ignorado de Extremadura siendo aburrida, sin vida, sucia y lúgubre», destacando de la vieja villa el buen vino y los «deliciosos jamones». Bogue Luffman, un inglés errabundo que recorrió parte del planeta, desde Japón a Australia, nos hace un retrato doloroso de la villa en 1893 cuando afirma que «la ciudad es un verdadero museo de piedras viejas», para añadir más adelante que «muchas chicas y mujeres van descalzas, una mujer mayor me ha dicho que nunca ha llevado zapatos, por consiguiente los pies son grandes».

Los añejos viajeros dejaron un relato peculiar de cada una de las localidades extremeñas que visitaron. A través de ellos podemos conocer aspectos del pasado que fueron divulgados desde sus publicaciones, para que en muchos lugares se conociese mejor una parte de la España del interior, ignorada y diferente.