Acabada la selectividad, vuelve el éxodo estudiantil universitario. Y este año aún con más virulencia. No hay estadísticas, lógicamente, pero recuerden las últimas conversaciones con familiares y amigos, hagan la nómina de jóvenes con el bachillerato recién acabado que se van a estudiar fuera de Cáceres y repararán en que son cantidad.

No se trata de que se trasladen a Madrid a cursar el tradicional Icade, periodismo o una ingeniería que aquí no se oferta, sino de jóvenes bachilleres que convencen a sus padres para matricularse lejos de la ciudad feliz en carreras que ya existen en el campus cacereño.

Vuelven los 60-70, retornan los tiempos en que quedarse a estudiar en Cáceres parecía un desdoro y las familias presumían de que sus hijos estudiaban en Salamanca, Madrid o Sevilla. La diferencia estriba en que hace 30 años, los jóvenes se marchaban fuera por razones académicas, mientras que el éxodo de ahora tiene un extraño tufillo a búsqueda de la diversión que, parece ser, falta en la ciudad feliz .

La ciudad de moda

Repasen, repasen y encontrarán muchachas que se van a estudiar Historia a Madrid, jovencitas que se matriculan en Trabajo Social en Salamanca, chicos que deciden cursar Filología en Granada... He ahí la ciudad universitaria de moda entre los cacereños: Granada.

E inmediatamente surge la pregunta: ¿Es que en la universidad granadina los departamentos de Filología están a la cabeza en la investigación y la enseñanza de la literatura y la lingüística? ¿Es que la facultad granadina de Historia destaca por la calidad de sus licenciados? ¿Es que las asignaturas de Trabajo Social son impartidas en Granada por eminencias mundiales y científicos destacados? En absoluto. Aquella universidad no tiene ni más prestigio ni profesores o departamentos con mayor capacidad de investigación que la Uex.

Lo mismo puede decirse de la Universidad de Salalamanca, donde, en general, el profesorado tiene tanta calidad como los docentes extremeños. Es más, los examinadores de las oposiciones que calibran el nivel de químicos, matemáticos, filólogos, economistas o ingenieros que aspiran a dar clase en los institutos de Extremadura saben perfectamente que los licenciados extremeños compiten en igualdad o incluso con ventaja con los de otras comunidades.

¿No serán los tristes sábados cacereños la razón de este exilio pretendidamente científico? ¿No tendrán mucho que ver en esta emigración estudiantil el pub Puerto de Chus de Salamanca o las disco-terrazas granadinas del paseo de los Tristes? En fin, yo, si fuera el rector de la Uex, crearía un vicerrectorado de botellones , conciertos y macrofiestas. Seguro que así las facultades de la ciudad feliz volvían a tener el prestigio de los 80.