La vida de un político es muy dura desde sus inicios, pues a la perspicacia que han de tener para saber a qué buen un buen árbol arrimarse para que le garantice un rápido ascenso deben unir la maquinación y la brega con sus propios compañeros y llega hasta el final de su carrera política, que suele producirse mucho antes de lo que ellos desearían y nunca ante el reconocimiento al que se consideran acreedores. Una vez alcanzado el poder le acompaña la crítica a la que está expuesto todo personaje público y eso es muy difícil de soportar para algunos, aunque debería suponerse que ya lo tenían asumido. Las críticas de los adversarios políticos se aceptan como parte del juego y a veces incluso sirven para reafirmarse pues tienden a pensar que si los critican significa que están en el camino correcto, pero cuando viene de sus propios compañeros o de personas que se creían próximas a su ideología sus esquemas se vienen abajo.

Puesto que es muy difícil aceptar la buena voluntad e independencia de los críticos pero sobre todo asumir los propios errores, se busca una excusa. Y ninguna explicación exonera más que presentarse como víctima de una campaña en la cual está implicado todo el que haya expresado desafecto a su gestión o no haya mostrado una adhesión incondicional a sus posturas.

Se da la circunstancia de que cuanto más irrelevante es el personaje y más crasos sus errores, más empeño pone en imaginar una campaña, a más personas involucra en ella, más oscuros intereses mueven a sus críticos y de mayor relevancia son los conspiradores. Puesto a buscar enemigos se puede llegar hasta el contubernio judeo-masónico.

Llevado por su inopia, por su ineptitud y la incapacidad de hacer una pequeña autocrítica, no es consciente del ridículo que conlleva su postura ni del rechazo que suscita en sus filas, aunque algunos se sientan obligados a acompañarle en el victimismo por las mismas razones. Y mientras es un 'Valle de lágrimas', la tarea que le encomendaron los ciudadanos sigue hibernando.