"Cuando leí la carta se me cayeron las lágrimas", dice Antonio Bejarano señalando sus ojos. La misiva que le hizo llorar al abuelo Antonio , --como le llaman los suyos-- hace una semana procedía del Ministerio de Trabajo. A punto de entrar en su novena década de vida, jubilado desde hace 25 años, y en ese punto en el que quedan pocas cosas que no se hayan visto, y en el que pocas cosas pueden sorprender, la notificación que firmaba Celestino Corbacho, le sorprendió, le emocionó y le enorgulleció: "Tengo el gusto de informarle que en el Consejo de Ministros del pasado día 4 (de diciembre) se ha aprobado, entre otros, un Real Decreto por el que se le concede la Medalla al Mérito en el Trabajo, en su categoría de oro", comenzaba.

Había tres párrafos más en los que trasladaba su felicitación a él y a su familia, en su nombre propio y en el del Gobierno y le convocaba al acto que se organizará para la entrega de las medallas. También expresa que la medalla de oro es la forma de corresponderle por "toda una vida dedicada a trabajar por los demás, y a aportar lo que estaba en su mano para mejorar nuestras bases de convivencia y bienestar".

Sobre esa vida habló con Antonio Bejarano con EL PERIODICO. Comenzó un 16 de julio de 1920, en la localidad de Arroyo del Puerco, hoy Arroyo de la Luz. Su vida laboral se inició seis años más tarde, poco después de que falleciera su padre. "Mi madre tenía un puesto de pan cerca de los campos de cultivo, donde compraban los segadores", recuerda con solvencia. El se encargaba de reservarle la vez para, cuando se le acababa el pan, llevarle más de la panadería del pueblo.

Con 12 años dejó las Escuelas Nuevas de Arroyo para empezar a trabajar en esa misma panadería, que regentaban, Teodomiro Carrasco y Antonio Chávez, y alternó el trabajo en el horno, por las noches, con otro durante el día en el sector de la hostelería, como camarero.

Con apenas 15 años y una activa participación ya en las Juventudes Socialistas, estalla la guerra civil. "Algunos amigos cayeron por esa afiliación, y yo mismo hubiera acabado en el puente (de Alcántara) o en la tapia del cementerio, como ellos, si no hubiera sido por mi tía Carmen", recuerda. La mujer servía en la casa del requeté de Arroyo: "que salga con una camisa azul y una gorra roja si quiere evitarlo", le recomendó este. Así es como acaba incorporado, ´voluntariamente´, en el ejército falangista hasta que, con el final de la Guerra, "y sin pegar ni un tiro", como apostilla, regresó a Arroyo de la Luz.

La Romualda y El Figón

A partir de ese momento, en 1942, comienza el resto de su vida, dedicada a compatibilizar trabajos, sacar adelante dos matrimonios --enviudó en 1955 y volvió a casarse--, criar a 9 hijos y ayudar a la crianza de 30 nietos y 11 biznietos. Y además a la acción sindical. En el terreno laboral, el pan fue durante un tiempo su modo de vida. Primero en el horno del pueblo, después "en la capital", recuerda: en la tahona La Romualda. Allí trabajó desde 1947 a 1967, y desde 1962 compatibilizó el trabajo nocturno allí con otro durante el día, sirviendo comidas en El Figón de Eustaquio.

Ambos trabajos los compatibilizó además con su tarea como enlace sindical --denominación de los representantes sindicales en esa época-- en el Sindicato Vertical, el único legal entre 1940 y 1976. A comienzos de los años 70 cambió definitivamente el pan por la hostelería y trabajó en El Figón hasta que en 1981, un infarto le avisó de que era hora de retirarse. Un año antes se había afiliado en la Unión General de Trabajadores (UGT), que en esos momentos ya comenzaba a ganar fuerza, tras un breve paso por Comisiones Obreras (CCOO). "Tras deshacerse el Sindicato Vertical, entré ahí porque entré con otros compañeros, pero me cambié a los pocos meses porque no me identificaba con ellos", explica.

Inmediatamente después, se jubiló, por lo que su labor sindical en UGT la ha desarrollado en la Federación de Jubilados. Ahí ha desempeñado las funciones de secretario general provincial, primero, y comarcal después, hasta el pasado mes de marzo. "Murió Vicente, mi amigo y mano derecha en esta tarea, y me sentí sin ganas de seguir", dice. Además hace unas semanas comenzó con unos problemas de vértigos que le han tenido "un poco decaído", cuenta Julio Bejarano, uno de sus hijos, que le acompaña en el encuentro con EL PERIODICO en el Museo del Movimiento Obrero. "Mucha gente y muchos sindicalistas no saben lo que hay aquí", dice sobre este edificio que antes fue Casa del Pueblo.

La carta de Celestino Corbacho y el reconocimiento que supone, le ha dado energía. "Tengo que cuidarme hasta el próximo mes de mayo", dice el abuelo Antonio . Esa es la fecha prevista para el acto de entrega de medallas. ¿Quiénes le van a acompañar? "Me gustaría que estuviera mi mujer, que falleció, y parte de esta medalla es suya, y también mi compañero Vicente, mi mano derecha". En ausencia de ambos, toda la familia quiere acompañarle. "Dice que va a fletar un autobús", apostilla su hijo.