Los orígenes del puente de San Francisco, ahora en primera línea de la actualidad cacereña tras el anuncio de su supresión, hay que buscarlos en el siglo XVI. La pasarela se construyó a instancias de los franciscanos y a ellos debe precisamente su nombre. Cuando en 1472 los monjes empiezan a construir su convento --actualmente complejo cultural de la diputación-- pronto se dan cuenta de las dificultades que entrañaba atravesar los arroyos para cruzar a la otra parte de la ciudad. Proponen entonces la ejecución de un puente que vendría a solventar sus problemas y que sería el inicio de una leyenda que ha acompañado a la barriada durante los últimos cuatro siglos.

Aquel primer puente, ya bautizado como el de San Francisco, se mantendría hasta el siglo XIX, según recuerda el profesor José Manuel Martín Cisneros. Alrededor de 1879, un arquitecto apellidado Hurtado se encargó de un nuevo proyecto, en el que se usaron algunos materiales de la anterior pasarela. El puente era estrecho y de un solo ojo.

El escenario de entonces era bien distinto al de la actualidad. Un arroyo bajaba desde la calle Clavellina --allí había una iglesia dedicada a Santo Domingo Soriano y donde se ubicaba otro puente--, surcaba Camino Llano y llegaba hasta San Francisco, donde confluían hasta cuatro arroyos, que luego se canalizaron. Junto al puente de San Francisco existían algunos pilares, utilizados como abrevaderos de ganado.

DESARROLLO INDUSTRIAL

Sí es cierto que la pasarela tuvo en su momento una gran importancia. El puente estaba situado en un auténtico punto estratégico del desarrollo industrial cacereño de la época. Hasta 30 industrias se asentaban a su alrededor, todas relacionadas con molinos de aceite, pienso, tenerías, lavaderos de lana... Su cercanía a la zona de la ribera le confirió también una gran influencia, puesto que fue un lugar de paso habitual hacia las numerosas fuentes que había en el sureste de la capital y que servían de abastecimiento a los cacereños: Fuente Nueva, Fuente Fría, Fuente Rocha, Fuente Concejo y, algo más arriba, el Marco.

En 1972, siendo alcalde Alfonso Díaz de Bustamante, el puente sufrió una nueva transformación. El mandatario decidió ampliarlo para solucionar los problemas de tráfico que comenzaba a padecer la ciudad. En principio, Bustamante quiso traer a Cáceres un puente de cantería que salvaba el río Magasca, situado en Trujillo y que todavía se conserva. Sin embargo, la noticia despertó la reacción entre los trujillanos que, con protestas y manifestaciones, evitaron el traslado.

El alcalde cambió el puente del siglo XIX por uno más amplio, de dos ojos, que es el que se conserva. Para su construcción se usaron acarreos del anterior. Ahora, el gobierno de José María Saponi quiere hacer una nueva reordenación, sustituyendo el puente por una glorieta y colocando en su centro una réplica. Todos los expertos coinciden en que el puente no tiene valor histórico (data de los 70), aunque sí posee gran importancia sentimental para el barrio.