Desde hace siglos la historia política de reinos, repúblicas y estados se va repitiendo con monótona regularidad. Como esta historia tan reiterativa comenzó en Grecia - no en vano «política» viene de «polis», aquellas «ciudades-estado» griegas que crearon todo el entramado institucional que las gobernaba y administraba - los imperios, reinos o repúblicas que nacieron después imitaron el «organigrama» de aquellas ciudades -o el de la «Urbe», en el caso de Roma- adoptando los «modelos» que definió Aristóteles como «monarquías», «oligarquías», «plutocracias» o «democracias», según el rango de la institución que ostentaba el poder. Pero, en todas ellas -entonces como ahora- anidaron en sus mismos entramados operativos, la «tiranía», la «anarquía», la «corrupción» y el «fanatismo» que las infectaban desde dentro, cuando el poder y la autoridad se usaban para someter, doblegar o robar los bienes al pueblo.

Nada hay nuevo bajo el Sol: «Viejos temas, nuevos problemas», que diría un clásico.

En el actual ámbito político de la vieja España, las últimas etapas de gobierno «liberal - conservador de centro» de nuestra propia monarquía, lo confirman sobradamente.

Muchos de los «gestores electos» de los asuntos públicos se diferencian muy poco de aquellos de la polis ateniense que acabaron sus días ante los jueces del «Areópago» de Atenas, que serían hoy los miembros del «Tribunal Supremo»: El «Monte de Ares»; el máximo organismo de justicia de los atenienses. Como el admirado Pericles, «Arkonte» de la «Ekklesia»- la Asamblea del pueblo - acusado de quedarse con los dineros destinados a la reconstrucción de la «Acrópolis». De su esposa Aspasia, imputada por el uso y abuso de influencias en el gobierno de la ciudad, y varios de sus amigos de confianza que soportaron y fueron víctimas de varios juicios por delitos muy semejantes a los que ahora se imputan a innumerables gestores de los gobiernos conservadores; ministros y responsables de áreas del poder que defraudaron y corrompieron.

Entonces no había «impunidad parlamentaria», y quienes cometían desmanes y tropelías en la gerencia del Estado estaban sometidos a procesos incoados por los «arcontes» magistrados del dicho Tribunal. Incluso aunque fueran «Estrategas» o generales, defensores de la Patria, o «Hierofantes» sagrados de los templos griegos.

No es mi propósito, desde esta breve «Tribuna», llenar la cabeza de mis escasos y sufridos lectores de datos eruditos sobre historias ya superadas. He sido profesor de Historia durante incontables años y siempre me ha guiado el afán de ilustrar a mis alumnos sobre los errores cometidos en el pasado -que fueron muchos en España, y fuera de ella- para evitar volver a caer en ellos en el futuro. O hacemos de la Historia la «maestra» de nuestras instituciones y de nuestros tiempos, o su estudio no nos servirá para nada, por mucho que la repitamos de memoria.

En los prolegómenos de unas elecciones destinadas a seleccionar nuevos legisladores y gestores del Estado, parece que ha surgido una legión de aspirantes a ser rectores de la «Res pública» que -por lo que oigo y adivino- tienen muy escasos conocimientos de Historia, y los que tienen están tergiversados y manipulados.

Grave situación. Pues su ceguera sobre el pasado nos conducirá de nuevo a cometer los mismos errores que nuestros antepasados -o de los antepasados de los griegos- «engolfando» otra vez a España en las mismas inquietudes y desesperanzas por las que ya hemos pasado durante siglos.

¡Los pueblos que olvidan o desconocen su pasado, están condenados a repetirlo!