Natural de Tegucigalpa (1979), fue la segunda de nueve hermanos. Tenía su vida en Honduras, su casa recién construida, su terreno en Valle de Ángeles. El empleo de su madre, que regentaba una tienda de ropa de segunda mano, y de su padre, que se dedicaba a administrar hoteles y al transporte público, le había permitido estudiar la carrera de Perito Mercantil y Contador Público. Pero Jacqueline sabía que su mayor sueño no se podría cumplir en Honduras: «ser madre». Por eso vino a Cáceres.

«En Honduras vivíamos bien. Estábamos casados y los dos trabajábamos. Pero yo perdí dos hijos, la segunda, una niña que llegó muy prematura y apenas sobrevivió tres días. Me deprimí a raíz de aquello y una tía me aconsejó que viajara a España donde estaban mis primas. No me lo había planteado, pero lo pensé y me vine.

En cuanto llegó a Cáceres en abril de 2006 buscó trabajo. En octubre arribó su marido desde Honduras. Volvió a quedarse embarazada y con los avances de la sanidad española logró que el niño naciera bien, aunque prematuro. Pronto salió adelante. Ocurrió lo mismo con el segundo. «Soy muy creyente y doy gracias a Dios por ser madre, pero siempre digo que gracias a estos médicos de Cáceres puedo disfrutar hoy de mis hijos, de 11 y 4 años», afirma.

Al principio también tuvo que adaptarse. «No olvidaré las quejas de la chica que estaba a mi lado en el hospital cuando tuve a mi primer hijo, porque había una pequeña araña en el techo. Yo recordaba los hospitales de Honduras. Pienso que quizás la gente debe valorar más lo que tiene. Aquí se vive muy bien», subraya.

De hecho, Jacqueline vino con la idea de regresar a su país, «pero lo fuimos retrasando, retrasando..., hasta que un día nos planteamos qué hacer. Fue entonces cuando mi hijo mayor nos dijo con 8 años que él era español, que tenía aquí sus amigos y que se quedaría con sus tíos. Evidentemente, no nos hubiéramos separado de ellos».

Piensa a menudo en Honduras, donde tiene parte de su familia (otra parte siguió sus pasos hasta Cáceres) y también sus propiedades, pero Jacqueline considera que fue una decisión acertada: «valoramos mucho la tranquilidad de Cáceres y la amabilidad de la gente. Salvo alguna actitud extraña, el noventa por ciento de las personas me hacen sentir parte de la ciudad, yo me siento cacereña cien por cien, de verdad».

Jacqueline trabaja como empleada del hogar porque no ha logrado convalidar sus estudios, «pese a los sacrificios que me costó». Su marido se dedica a trabajos de pintura y mantenimiento. Ambos se han comprado un piso que pagan con esfuerzo. «Solo me gustaría pedir una cosa: que se nos diera la oportunidad a los inmigrantes de demostrar que somos capaces de realizar otros trabajos. Podemos hacer muchas cosas más y traemos experiencia de nuestros países», subraya.