Y, casi arriba, haciendo un breve descanso antes de llegar a la cima, veremos la Casa de Ejercicios, obra de Angel Pérez, levantada en el pontificado de Llopis Ivorra, en el lugar que se denominó el Hoyo, donde se celebraba la comida de la romería. Al llegar a la explanada, el colosal Corazón de Jesús, obra de Félix Granda, que el próximo 14 de noviembre, cumplirá ochenta años desde la consagración que Segura Sáez hizo a él de la provincia. No lejano, el templete por el que siento especial predilección, no en vano dos queridos amigos intervinieron en él, las trazas son de Emilio Pizarro de 1999 y la forja de Miguel Sansón del 2000. Alberga un azulejo talaverano, de curiosa historia, y substituyó al derribado en 1966 que databa de 1703.

Y, finalmente, el tesoro de Cáceres, su mayor amor, subido a la escarpada cumbre para que se vea en la distancia, la casa enjalbegada de su Madre Santísima de la Montaña. Inútil será contar, pues todos la conocemos, la historia del eremita Francisco de Paniagua y del sacerdote Sancho de Figueroa Ocano, su mentor y fundador de la Cofradía. La pequeña y milagrosa imagen despertó tal pasión en los cacereños que pronto la proclamaron patrona popular (canónica desde 1906) olvidando, paulatinamente, a la primera Patrona de Cáceres, la Virgen del Rosario de Santo Domingo.

En la gruta, la pequeña gruta, se excavó, entre 1621 y 1626, la primera capilla, que aún se conserva, con la pequeña imagen de la Madre de Dios. La segunda capilla, que comenzó su construcción en 1630 y se finalizó en 1645, se situaba en lo que, actualmente es el coro, y en ella estaba el retablo de Miguel Jiménez Godino que, como ya dije, pudiera ser el que hoy está en la Capilla del Lignum Crucis. En él se albergaba la imagen de la Patrona, bien la actual del Santuario, bien la de Santa Clara, porque la cuestión no está del todo resuelta.

En 1716 se inician las obras de la tercera capilla, la actual, obra de Juan Sevillano y José Encinales, de única nave de dos tramos cubiertos por aristas, con tribuna coral, y capilla mayor bajo cúpula de media naranja. Toda la techumbre se adorna, desde 1765, con pinturas de Francisco de Tuesta y motivos decorativos rococós en yesería obra de Vicente Barbadillo. Recorre la nave un friso corrido en el que se lee el Salúdote. En el lado de la epístola se abre una portada que da acceso a la galería porticada, obra de 1753 de Miguel Domínguez.

En el presbiterio el soberbio retablo churrigueresco, verdadera catequesis, delirio de columnas barrocas, adornos vegetales y legiones de serafines, querubines y ángeles. Por cierto, los que rematan el segundo cuerpo guardan notable apariencia formal con los que compró don Manuel Vidal en Madrid para el presbiterio de San Juan. El remate es una magnífica talla de la Coronación de María Santísima. En la hornacina central (custodiada por las anónimas tallas salmantinas de San José y San Joaquín) la imagen más venerada de Cáceres, la Virgen Santísima de la Montaña, talla de bulto redondo sevillana de anónima autoría, realizada en la década de 1620. La obra costó 16.000 reales en 1726 y su dorado por Juan Garrido y Francisco González Centeno en 1746 ascendió a catorce mil.

Tras él se abre el camarín, levantado, con cúpula de media naranja por Francisco Rodríguez entre 1725 y 1727, que substituyó al primitivo y que fue rematado por Francisco de Tuesta en 1765. A ambos lados de la nave, las capillas del Cristo de la Salud, obra de 1764 de Pedro Sánchez Lobato, y la de Santa Ana, de 1775, de Francisco Sánchez Lobato. Los retablos son de Vicente Barbadillo, de 1767 y 1776 respectivamente, y las tallas titulares de José Salvador Carmona de 1767.

Hay más cosas dignas de ver, como el lienzo de la Magdalena de Cañada Ortiz de 1885, el moderno Vía Crucis, el reloj fernandino de Ana Lájara, las conchas del agua bendita, las lámparas, el sitial, el magnífico confesionario, el órgano dieciochesco, o las piezas de orfebrería que conserva la Cofradía: lámparas, cálices... entre las que destacan las tres coronas de la Virgen. La más espectacular la de Granda (que, por cierto, se montó mal en su última limpieza y tiene alteradas las frases del Ave María) fabricada para la coronación en 1924, aunque yo siento predilección por la rococó, que es la que popularmente se conoce como la de las campanillas.

Pero no son sus coronas ni sus mantos los que mueven a la devoción, sino su ternura de Madre, su paz inmensa, sus caricias inefables, su consuelo dulce... En el exterior se divisan interminables campos sobre los que su amor se derrama, planicies que terminan en sierras, dehesas y pastos, tierra extremeña a los pies de su Madre, que le elevó un santuario cerca del cielo para sentir, cómo desde lo alto, desciende su divina protección. ¿Dónde tan santa Virgen / se asienta? ¿Dónde? / ¿Dónde tiene su ermita? / ¿Dónde se esconde? / ¡Será una perla! / Llévame, peregrino, / llévame a verla.