Hoy se cumplen 25 años de aquel 28 de junio de 1983 cuando la familia Martín Rosa abrió por primera vez las puertas del bar Vivaldi, en el número 12 de la calle Gil Cordero. Cuarto de siglo después, Miguel Angel Martín, uno de los hijos del matrimonio al frente del establecimiento, recuerda aún cómo sus padres compraron un cartel en París con la imagen de Las cuatro estaciones , de Vivaldi, para cubrir uno de los ventanales del bar. "Veníamos de San Sebastián. Mis padres fueron emigrantes cacereños en el País Vasco y somos una familia de hosteleros", subraya Martín, de 38 años, que junto a su hermano Jorge, de 32, se mantienen fieles a una clientela de cafés, cañas y copas. Su madre, Luisa Rosa, es el seguro en la cocina. Alberto Santillana, Jose Ramajo y Eva Martín hacen el resto detrás la barra y los fogones.

Vivaldi celebrará a lo grande su aniversario a mediodía de hoy con una fiesta para clientes y amigos en la que habrá regalos y sorpresas. La imagen de Miguel Angel, sentado en un pupitre cuando era niño, sirve para ilustrar la curiosa invitación. "Cuando llegamos al bar, Cáceres terminaba aquí. Solo estaban la antigua estación de autobuses, la gasolinera de Mirat y el resto era campo hasta Casar", recuerda este hostelero, que asegura que lo más importante para tener éxito en su trabajo es la atención al cliente. "Aquí se mezclan desde el decano del colegio de Abogados hasta el estudiante de Derecho. Hay gente que lleva viniendo 25 años", pone como ejemplo del público de diferentes edades que pasa a diario por el local, complemente renovado a principios de los 90.

Pero Vivaldi no ha querido ser solo un bar. Con el objetivo de ofrecer una programación de ocio, llegó a celebrar conciertos, monólogos, magia y exposiciones, reclamos que quieren recuperar a partir de ahora: "Es un poco frustrante. No tenía nada que ver con la noche porque lo hacíamos a la hora de las cañas. Podías estar tomándote una ración de chipirones viendo a un grupo de jazz", asegura Martín, que deja claro que, en el mejor de los casos, con un concierto en el local se cubren gastos. "La ciudad necesita ocio, sitios que oferten todo esto para que la gente pueda decidir dónde ir", añade para defender que haya actividad cultural en los bares.

Es mediodía y ya empiezan a llegar los clientes de cervezas y vinos. Luisa, la cocinera, empieza a sacar pinchos de la casa. La ración, más demandada, los huevos estrellados con jamón, además de una amplia carta de desayunos, tostas y otros platos para darle gusto al cuerpo. Dentro de otros 25 años, Vivaldi quiere seguir dando cañas a todo el que entre por la puerta.