Periodista

Durante los últimos cinco años el casco urbano de Cáceres se ha extendido más de lo que muchos habían podido imaginar nunca. Es uno de los comentarios habituales de las tertulias que aún hoy pueden escucharse en algunos de esos bares ¿de siempre?, de esos que aún encienden los braseros a primera hora de la mañana, donde el café dura lo que dura la partida, donde la paga de la jubilación, la propia y la ajena, es el comentario más frecuente o la presencia de la mujer sólo se ciñe al calendario colgado en la pared.

La explosión urbanística de la ciudad ha sido más importante de cuantas ha vivido a lo largo de su historia. Pero esta ampliación ha venido acompañada de determinados desajustes en materia de servicios que se tratan de solucionar de la mejor manera. La falta de buenas comunicaciones, el servicio de autobús urbano, la carencia de áreas comerciales o una irregular iluminación son algunas de estas cuestiones que preocupan más a quienes optan por vivir en ¿las afueras?. Así, no es de extrañar contemplar largas retenciones; la necesidad de coger el coche para comprar unos dientes de ajo o meter la llave en la cerradura ¿a ojo? porque la farola de la calle aún no funciona.

La gente del extrarradio aprende a vivir con unos problemas que no lo eran cuando vieron el tríptico publicitario de la constructora ni cuando vivía en las estrechas calles del centro. Y para más inri, las cafeterías de las afueras ya no ponen el brasero, se habla de la televisión por cable, hay tragaperras y se habla menos y más alto porque se dispone de un imponente equipo hifi. Como se ve, nada es lo mismo.