No hace más allá de unos meses -cuando todavía sonaban los ‘tambores de guerra’ de los militantes socialistas en sus querellas ‘primarias’- salía yo a la palestra con una breve tribuna abierta intentando aportar alguna luz a las tinieblas de mi ‘viejo y nuevo partido’ -en el que había colaborado desde mi humilde experiencia personal y del que guardaba entrañables recuerdos de compañerismo y amistad- para pedirles a los contendientes que recuperasen el antiguo sentido del socialismo verdadero; aquel que predicó con su ejemplo el admirado ‘abuelo’ fundador Pablo Iglesias, de quien nunca debimos perder el rastro.

Comparaba entonces al PSOE con un hermoso jarrón de porcelana fina, lleno de puños y rosas, al que se había vapuleado, empujado, maltratado y desalojado de su urna histórica para que cayera de su pedestal y se hiciera añicos; y así poder apoderarse, cada uno de los llamados barones, secretarios, portavoces o viejos dirigentes recolocados de cada fragmento y seguir gozando, cada cual, del prestigio de los telediarios que ya hacía tiempo que habían perdido.

En mi ingenuidad de viejo soñador de utopías, creí sinceramente que esto era posible. Que se podrían recoser, remendar o zurcir los trozos del jarrón con nuevas ideas, con nuevos compañeros -más jóvenes y dispuestos- y con nuevas actitudes menos egoístas para cooperar todos en la reconstrucción de una unidad de la izquierda sólida e ilusionante que volviese a despertar las esperanzas de los ciudadanos españoles en una renovada era de solidaridad, de prosperidad, de honestidad y de justicia; como siempre la soñaron y la practicaron los viejos dirigentes de las Casas del Pueblo durante la II República.

Otra vez vuelvo hoy con el dichoso jarrón, pues a la vuelta de la diáspora de muchos socialistas caminando sin rumbo y sin meta; rechazando o volviendo a apoyar la figura de Pedro Sánchez en el pedestal de secretario general, percibo de nuevo grietas y rasgaduras en su noble porcelana, al ir corriéndole hacia la derecha de su pedestal, más por aspiraciones personales o por complejos de competencia, que por auténticas diferencias ideológicas o programáticas en los encargados de su cuidado.

«Los de izquierdas solo se unen cuando los meten en la cárcel». razonaban en La Razón los mejor colocados en el fondo de las cavernas, que es donde suelen celebrarse las tertulias televisivas, entre estalactitas y estalagmitas.

Se resolvieron las primarias, pero con los mismos personajes y con los mismos prejuicios heredados. Se intentaron pegar los trozos del hermoso búcaro para que volviera a llenarse de ilusiones de futuro; pero con un engrudo basto y grumoso que no permitía ni siquiera acoplar cada uno de los fragmentos. Rechazando cualquier colaboración de los otros sectores de izquierda que intentaron cooperar en esta gran unificación de todas las gentes; y las grietas han vuelto a aparecer en forma de consensos espurios con el gobierno pepero o con sus monaguillos de apariencia desnatada.

En el devenir incierto de la política actual, el Gobierno de Castilla-La Mancha ha intentado un pacto de progreso para terminar en esta macerada comunidad autónoma con la peste de corrupción, de «clientelismo» espurio y de «caciqueo». Pero, de inmediato, se han levantado voces críticas que vuelven a resquebrajar la limpia porcelana del búcaro, para desligar sus trozos de nuevo.